Buscan restos óseos “cocinados” en centro de adiestramiento de Los Zetas en Veracruz

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TIHUATLÁN, Ver. (apro).- En la parte baja de la loma más alta del ejido La Antigua hay una casucha de madera, deteriorada por el tiempo y el abandono, que según lugareños fue “propiedad” de la organización delincuencial Los Zetas en 2014, una de las temporadas más violentas en el sexenio del priista Javier Duarte de Ochoa, actualmente en prisión.

Durante ocho horas, integrantes de la Quinta Brigada Nacional de Búsqueda de Desaparecidos chapearon, rastrearon, excavaron y buscaron indicios de fosas y restos óseos “cocinados” en ese centro de adiestramiento criminal. Al final de la jornada se señaló un punto donde podría haber restos humanos, pero eso lo determinará la Agencia de Investigación Criminal (AIC).

Lugareños de La Antigua hablan con miedo, admiten ser audio-grabados, pero no fotografiados. Sus afirmaciones son claras: a principios de 2014, alrededor de 60 jóvenes de entre 17 y 25 años eran adiestrados todos los días al amanecer para ser “estacas” de Los Zetas. Tres mandos eran muy visibles, pues siempre circulaban en lujosas camionetas por un camino que provenía de Poza Rica.

Varios de esos jóvenes reclutados, dicen, estaban ahí en contra de su voluntad. Un modus operandi de “desaparición” que se ha repetido en entidades como Jalisco, Tamaulipas, Guerrero y ahora Veracruz.

“Los obligaban a arrastrarse entre la maleza codo con codo, tenían fuertes entrenamientos. Nos dábamos cuenta que el que no cumplía con las instrucciones o se fatigaba o no podía, era castigado a tablazos”.

El centro de adiestramiento quedó instalado en medio de parcelas de naranjas y mandarinas a las que se accede por estrechas brechas de terracería y resulta inaccesible para autos compactos. Jornaleros y productores de cítricos tuvieron prohibido subir a la loma desde la llegada de esta célula. El narco-rancho fue “desmantelado” en octubre de 2014, cuando militares y zetas tuvieron un enfrentamiento a balazos en plena carretera y los futuros “estacas” fueron trasladados a otro punto no conocido.

Tranquila Hernández, buscadora de Morelos y quien busca a su hija Mireya Montiel desde septiembre de 2014, agarra la pala a un costado de la casucha de madera, auxiliada por dos buscadores, quienes van profundizando en la tierra con un pico. Un par de horas después, con el termostato rayando los 30 grados centígrados, empiezan a aflorar las evidencias, mientras el sudor de los buscadores y el bronceado de brazos y rostros sube con intensidad.

Quinta Brigada Nacional de Búsqueda de Desaparecidos en Veracruz. Foto: Germán Canseco

Salen varias prendas de vestir tras rascar la tierra: cinco playeras –dos azules, una morada, de mujer, una negra Burberry y una verde de futbol con el rotulo nítido “Autopartes Gómez”–, un chaleco beige y retazos de alfombra. Ningún resto óseo humano, pero sí algunos huesos que antropólogos forenses aseguran que pertenecen a una res. A unos cientos de metros de ahí, un par de “palazos en la tierra” fue suficiente para sacar una playera con manchas de sangre.

Integrantes de la Quinta Brigada Nacional de Búsqueda exigen integrar esas prendas al catálogo de evidencias de personas desaparecidas. Servidores Públicos de la Fiscalía General de la República (FGR) y de la Comisión Estatal de Búsqueda del gobierno de Veracruz se niegan de forma hosca.

Piden, en el peor de los casos, una carpeta de investigación “vinculante” a hechos delictivos en este rancho, para poder integrarlo a alguna diligencia ministerial. Hay molestia entre familiares de desaparecidos, quienes se llevan las prendas para presentarlas e integrarlas en sus mesas de trabajo.

Los habitantes de La Antigua señalan a brigadistas tres puntos donde podrían haber sido “enterrados” o “cocinados” restos humanos. Y alrededor de medio centenar de familiares desaparecidos de Veracruz, Guerrero, Sinaloa, Morelos y Puebla empiezan la faena: chapear cuadrante por cuadrante, remover ramas secas y quitar arbustos en “tierra contaminada”, lo que daría un primer indicio de que ahí pudo haberse cometido una acción criminal. “Cuidado con los alacranes”, grita una mujer, quien ya ha tenido que apalear a dos.

Quinta Brigada Nacional de Búsqueda de Desaparecidos en Veracruz. Foto: Germán Canseco

La tarde ya asoma en esta región del Totonacapan veracruzano. Elementos de la FGR y de la Comisión Estatal de Búsqueda platican entre ellos, lucen desesperados por retirarse. Juntan a algunos brigadistas y les aseguran que “hay indicios” de que en esta región no hay restos óseos. El brigadista Mario Vergara, de Guerrero, quien desde 2102 busca a su hermano Tomas Vergara, “levantado” en Huitzuco, se niega a aceptar “la versión oficial” y pide “peinar” lo alto de la loma. Las autoridades estatales y federales aceptan seguir la búsqueda a regañadientes.

Alma Rosa Rojo, líder del Colectivo “Voces Unidas de la Vida” de Sinaloa y quien desde julio de 2009 busca a su hermano Miguel –desaparecido en una zona rural de Culiacán–, platica con las brigadistas de la dualidad alegría-tristeza cuando se encuentra un “punto positivo” en una fosa. Dicha, sí, porque los restos óseos de un ser humano podrán regresar a casa y ser enterrados con dignidad, lo que le permitirá a una familia cerrar el proceso de duelo. Infelicidad, porque da mucha nostalgia encontrar un cuerpo, que podría ser el familiar de cualquier brigadista.

La tarde cae en el ejido La Antigua y una posible fosa se escarba con celeridad. Se extrae una botella vieja de agua que tiene fecha de caducidad de 2015, posteriormente un cubrebocas ya con tonos amarillentos y se observa una bolsa negra escondida entre la tierra. Las alarmas se encienden entre los brigadistas.

Una cámara de la Televisión Italiana (RAE) y otras de dos documentalistas graban sin parar. Media hora después queda exhibido el desencanto, pero también la incompetencia gubernamental: alguna Fiscalía –se ignora si local o federal– ya extrajo restos humanos y solo dejó enterrada la cinta amarilla preventiva de seguridad y residuos de los trajes blancos que utilizan elementos de Servicios Periciales para extraer restos óseos. Como botón de la negligencia, también enterrada, una botella oxidada de cerveza Tecate Light.

Ni la Comisión Estatal de Búsqueda, ni elementos de la Fiscalía General de la República, tenían el dato de un rastreo anterior. Estupefactos, ven que ahí ya habían sido desenterrados restos humanos en el pasado. No habrá, al menos en un futuro inmediato, a quién echarle la culpa de haber excavado en una “fosa ya procesada”.

El mal humor y la moral empiezan a descender en la loma cítrica de Tihuatlán. En otro punto no tan explorado se encuentran, casi al final, indicios de otra fosa. Con el ceño fruncido, elementos de la FGR se quedarán a resguardar el perímetro. Se ponen trajes blancos de plástico –de esos que hacen sudar en campo, como si se estuviera en un temazcal– para empezar las diligencias.

Miguel y Juan Carlos Trujillo, líderes de la Brigada Nacional de Búsqueda –que agrupa a 73 colectivos de desaparecidos del país–, platican con sus colegas del complejo modo criminal en que Los Zetas y Cártel del Golfo operaron en entidades como Veracruz y Tamaulipas, con “sofisticados” métodos de desintegración de restos óseos, lo que coloquialmente se conoce con el término criminal de “cocinas”, y será muy difícil la identificación de restos humanos.

                                                         
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