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Altares de muertos, magia para visitantes en Puerto Vallarta

Esta mañana, el corazón de Puerto Vallarta amaneció con altares en honor a los muertos.

Puerto Vallarta amaneció en su corazón histórico, con una gran cantidad de altares en honor a los muertos, que se conmemora en nuestro país los días 1 y 2 de noviembre.

El paseo del malecón lleno de catrinas y alrededor del edificio de la presidencia municipal, familias y escuelas colocaron diversas manifestaciones en culto a los seres queridos y personajes, quienes se adelantaron en el camino de la vida.

México se viste de gala para cortejar a la muerte, mediante diversas acciones que son deleite, en el caso de Puerto Vallarta para los miles de visitantes nacionales e internacionales que visitan el destino en estas fechas.

Cabe destacar que el gobierno municipal, anunció importantes actividades estos días, como un imán de atracción turística.

Cabe destacar que en México, las culturas indígenas concebían a la muerte como una unidad dialéctica: el binomio vida-muerte, lo que hacía que la muerte conviviera en todas las manifestaciones de su cultura.

Que su símbolo o glifo apareciera por doquier, que se le invocara en todo momento y que se representara en una sola figura, es lo que ha hecho que su celebración siga viva en el tiempo.

Los orígenes de la tradición del Día de Muertos son anteriores a la llegada de los españoles, quienes tenían una concepción unitaria del alma, concepción que les impidió entender el que los indígenas atribuyeran a cada individuo varias entidades anímicas y que cada una de ellas tuviera al morir un destino diferente.

Dentro de la visión prehispánica, el acto de morir era el comienzo de un viaje hacia el Mictlán, el reino de los muertos descarnados o inframundo, también llamado Xiomoayan, término que los españoles tradujeron como infierno.

Este viaje duraba cuatro días, al llegar a su destino, el viajero ofrecía obsequios a los señores del Mictlán: Mictlantecuhtli (señor de los muertos) y su compañera Mictecacíhuatl (señora de los moradores del recinto de los muertos).

Estos lo enviaban a una de nueve regiones, donde el muerto permanecía un periodo de prueba de cuatro años antes de continuar su vida en el Mictlán y llegar así al último piso, que era el lugar de su eterno reposo, denominado “obsidiana de los muertos”.

 

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