Hoy, el presidente Andrés Manuel López Obrador reveló que el fundador de Proceso, le confió que entrevistaría al compadre de Joaquín «El Chapo» Guzmán en 2010. A lo largo de los años, el periodista fue revelando en sus libros pinceladas de aquel encuentro.
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CIUDAD DE MÉXICO (apro).–Hace 13 años el fundador de Proceso, Julio Scherer García acudió a la «guarida» de Ismael «El Mayo» Zambada, otrora líder del Cártel de Sinaloa, para una entrevista, que se calificó como la «crónica de un encuentro insólito». Publicada en la edición 1744, a lo largo de los años, el periodista fue revelando en sus libros pinceladas de aquel encuentro.
Hoy, el presidente Andrés Manuel López Obrador reveló que Scherer García le confió que entrevistaría al capo en 2010.
«Éramos muy amigos y me mandó a decir que iba a ir a esa entrevista porque su oficio de periodista se lo demandaba, que yo estuviese enterado, nada más, unos días antes”, dijo esta mañana el mandatario.
«En el mayor de los sigilos, bajo la exigencia de reserva absoluta que él respetó y respeta», el fundador de Proceso fue convocado a encontrarse con Ismael «El Mayo» Zambada. “Tenía interés en conocerlo”, le dijo el capo.
El primer pasaje al respecto ocurrió en Historias de muerte y corrupción, publicado en 2011 ahí narró:
Acerca del encuentro insólito, conversábamos en estricto sigilo el director de Proceso, Rafael Rodríguez Castañeda, el subdirector, Salvador Corro, y yo. El asunto nos parecía delicado y aun riesgoso.
De llevarse a cabo la entrevista grabada. su publicación resultaría irritante para el gobierno y no se haría esperar una respuesta airada y múltiple. Ya escuchábamos las insinuaciones y acusaciones en contra nuestra, la insidia y la descalificación en la punta de flechas envenenadas. Proceso servía a los intereses del narco, nos dirían, y nada detendría a la revista en su propósito de sembrar la discordia en el país. No faltarían, por supuesto, los elogios al presidente.
Rafael no despegaba los ojos de la fotografía que le mostraba, en la montaña desconocida con la mano derecha del capo sobre mi hombro. Entusiasmado, su vocabulario era exultante.
-La foto vale lo que un reportaje- dijo Corro.
-No, mucho más- amplió Rodríguez Castañeda-: la foto es un suceso.
Enseguida, sin una palabra tomó la fotografía para sí y la guardó en el cajón central de su escritorio.
-Me la quedo- sonrió.
Scherer García continuó con el debate sobre cómo debería presentarse el texto:
Invisible «El Mayo» Zambada, nos daríamos en Proceso un plazo de dos semanas antes de publicar la crónica del encuentro en la montaña. Los textos que valen la pena envejecen en unos días y no hay periodista que pueda retenerlos en su mesa de trabajo.
Listas las cuartillas, Rodríguez Castañeda opinó que la foto, desplegada, debería ir en la portada de la revista. Le dije que no, que bien podría ocupar un buen lugar en el interior del semanario y apelé a un largo modo de ser. Rafael se atrincheró en el mérito singular del documento y yo volví sobre mis pasos. Nos perdimos en un «sí» y un «no», circular. Al fin le dije: «Usted es el director».
Al año siguiente salió a luz Vivir, el libro en donde detalló memorias y pasajes de sus encuentros con el poder y sus protagonistas. Ahí reveló más detalles:
Rafael Rodríguez Castañeda, director de Proceso; Salvador Corro, el subdirector, y yo, presidente del Consejo de Administración, abordamos el asunto en un estado de tensión explicable. Sin embargo, no asomaba entre nosotros inquietud mayor. Sabíamos cuál era el compromiso que nos unía con nuestros lectores, la información en el límite de lo posible. Y cumpliríamos con nuestra tarea.
Proceso vive con las puertas abiertas. En Fresas 13 no existe un circuito cerrado ni vigilancia especial. Sólo un par de policías cuidan la calle, el incesante ir y venir de los automóviles por la estrecha vía. Entre nosotros no hay guaruras.
En esas condiciones analizamos sin sobresaltos los problemas que suscitaría el viaje ineludible. La conclusión en nuestras deliberaciones fue una: llegar hasta «El Mayo» e informar del encuentro sin tinta alguna. Y contaría todo, salvo detalles que pudieran abrir pistas a la autoridad y dar con el delincuente. En su momento repetí que no soy delator.
En nuestras conversaciones, abiertas las puertas de la dirección, pero la voz baja, sin altibajos, monótona para subrayar la naturalidad de nuestros conciliábulos, ponderamos las reacciones del viaje. Dábamos por cierto que sobre Fresas 13 caerían dolosos calificativos a propósito de la tarea que yo emprendería.
Scherer remató:
«No hay argumento que pudiera justificar el narcotráfico, ni la delincuencia organizada, ni los asesinatos, los secuestros, las desapariciones, las mutilaciones. Pero entre los delincuentes priva una ley que no necesita de redacción alguna para aplicarse. Para el soplón no existe piedad. Ha de pagar su traición con la vida y muchas veces con la vida de sus familiares. El traidor paga dos ojos con uno».