Un estudio de Harvard, tras ochenta años de investigaciones, revela finalmente las razones por las que buscamos siempre ser felices

Robert Waldinger y Marc Schulz son los autores de “Una buena vida”, el libro que reúne una serie de investigaciones que dan cuenta de por qué buscamos la felicidad en nuestras vidas.

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¿Por qué estamos buscando siempre la felicidad? ¿Qué es lo que nos hace querer ser felices? ¿Cómo definimos la felicidad? Estas son preguntas que atraviesan nuestra cotidianidad, más allá de que las hagamos formalmente o no. Si es un asunto social o tiene que ver con algo de orden psicológico o evolutivo eso es lo de menos. La búsqueda constante de la felicidad es algo que nos define como seres humanos.

Robert Waldinger, profesor de Psiquiatría en la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, y Marc Shulz, doctor en Psicología Clínica por la Universidad de California en Berkeley, reúnen estos interrogantes y proponen sus posibles respuestas al interior de las páginas de “Una buena vida”, el libro con el que han conseguido el mayor estudio mundial para encontrar las razones detrás de aquello que nos hace realmente felices.

Hace más de ochenta años, la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard se propuso encontrar una respuesta para estas preguntas en torno a la búsqueda de la felicidad. Desde entonces, ha realizado una serie de investigaciones y estudios que pretenden acercarnos cada vez más a las razones por las que buscamos tan intensamente ser felices.

En el proceso, los investigadores comenzaron a hacer testeos en las personas, seleccionando poblaciones con determinadas características para entrevistarlas y hacerles análisis que permitieran tener datos certeros de su desarrollo profesional y personal.

Cientos de personas han sido estudiadas y, más allá de ser sujetos de investigación, han conseguido llevar a cabo sus vidas con total normalidad, desde su juventud hasta su deceso.

Indagando en sus motivaciones, en sus carreras profesionales y en el desarrollo sus relaciones personales, los investigadores consiguieron reunir la información necesaria para que, tiempo después, Schulz y Waldinger consiguieran reunirla toda al interior de Una buena vida.

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El libro se adentra en las historias de aquellos que fracasaron, de quienes se arruinaron; de los otros que se hicieron millonarios o llegaron a ocupar altos cargos en sus compañías, de quienes llegaron a ser poderosos; de aquellos que se enfermaron y sufrieron, y también de esos que gozaron siempre de una salud envidiable.

Con buen tino, Robert Waldinger, director del Centro de Terapia Psicodinámica e Investigación del Hospital General de Massachusetts, psiquiatra, psicoanalista y monje zen, junto a Marc Schulz, profesor de Psicología en Bryn Mawr College, con formación postdoctoral en psicología clínica y de la salud en la Facultad de Medicina de Harvard, entregan a los lectores la respuesta más importante de todas, la conclusión de este estudio que, según afirman, cambiará nuestra perspectiva sobre la felicidad para siempre.

Para Daniel H. Pink, autor de La sorprendente verdad sobre qué nos motiva, lo hecho aquí por los autores constituye una pieza fundamental, quizá la más importante jamás escrita sobre el bienestar humano. Y como él, Jay Shetty, el autor de Piensa como un monje aseguró que Una buena vida nos enseña de forma científica y práctica cómo definir, construir y, sobre todo, vivir una vida feliz.

La de Una buena vida es una escritura sencilla y amena que busca dejarle al lector una serie de reflexiones en torno a la idea de que nunca es demasiado tarde para darle un giro a nuestras vidas. Porque la salud y el éxito profesional influyen, por supuesto, pero nada es tan importante para alcanzar una vida larga, plena y satisfactoria como lo son las relaciones personales.

“Una buena vida” (Fragmento)

“Henry solo tenía catorce años y vivía en el West End de Boston, en un bloque de viviendas de alquiler sin agua corriente, cuando los investigadores del estudio llamaron por primera vez a la puerta de su casa y les preguntaron a sus perplejos padres si podían hacer un informe de su vida. El estudio estaba en pleno desarrollo cuando se casó con Rosa en agosto de 1954 y su expediente muestra que, cuando ella accedió a su proposición, Henry no podía creerse lo afortunado que era. Ahora era octubre de 2004, dos meses después de su cincuenta aniversario de boda. A Rosa le pidieron que participara de forma más directa en el estudio a partir de 2002. «Ya era hora», respondió ella. Harvard llevaba monitorizando a Henry año tras año desde 1941. Rosa solía decir que le resultaba raro que, a su edad, él siguiera accediendo a participar, porque en el resto de los ámbitos de su vida era un hombre muy reservado. Pero Henry aseguraba que para él era una obligación y, además, le había cogido cariño al proceso, porque le proporcionaba cierta perspectiva sobre las cosas. Así, durante sesenta y tres años había abierto su vida al equipo de investigación. De hecho, les había contado tanto sobre sí mismo y durante tanto tiempo, que no era siquiera capaz de recordar qué sabían y qué no. Aunque él asumía que lo conocían todo, incluidas ciertas cosas que nunca le había contado a nadie excepto a Rosa, porque siempre que le hacían una pregunta él se esforzaba al máximo por responder con la verdad. Y lo cierto es que preguntaban bastante”.

                                                         
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