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CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El pasado martes 6, el cardenal Norberto Rivera presentó formalmente su renuncia como arzobispo primado de la Ciudad de México, al cumplir 85 años de edad. Según su vocero, Hugo Valdemar, la renuncia se realizó “en tiempo y forma” y se le comunicó al nuncio apostólico Franco Coppola.
Días antes, Alberto Athie y José Barba, los dos principales impulsores de un juicio de responsabilidad contra Rivera por haber protegido y defendido a curas pederastas durante sus 22 años al frente de la Ciudad de México, presentaron una denuncia formal ante la Procuraduría General de la República (PGR) para que investiguen al excardenal.
La demanda de Athié y de Barba fue en respuesta a declaraciones previas de Rivera, quien negó que hubiera protegido a pederastas, así como la existencia de abusadores sexuales durante su arzobispado. Con el cinismo tan característico de una jerarquía que hace votos de impunidad, Norberto Rivera siguió negando haber protegido a Marcial Maciel, el santo patrono de la corrupción religiosa durante las últimas décadas.
El cardenal pudo haber renunciado sin estridencias y con un último gesto de generosidad que nunca tuvo con las víctimas de los abusos sexuales y de la teología conservadora que él representó. Por el contrario, el sacerdote de origen poblano desafió una vez más a las múltiples evidencias en su contra.
Alberto Athié, quien conoció de cerca los entretelones de la élite de Rivera, afirmó que en 22 años protegió al menos a 15 pederastas en la Arquidiócesis, además de emprender una durísima campaña para asfixiar publicitariamente a los medios que ventilaron casos como el de Maciel.
La historia de este escándalo inició en abril de 1997, cuando La Jornada publicó una serie de cuatro reportajes con las acusaciones de más de cinco víctimas de abuso sexual del entonces todopoderoso fundador de los Legionarios de Cristo.
Buena parte de los testimonios profundizaron sobre lo publicado en el rotativo estadunidense Hartford Courant, el primero en romper el cerco del silencio que acompañó a Maciel durante más de cuatro décadas de forjar su imperio, mejor conocido como “La Empresa”. La fama de intocable que durante décadas tuvo el fundador de los Legionarios de Cristo comenzaba a declinar, justo en el momento en que Norberto Rivera pretendía consolidar su poder en la Arquidiócesis de la Ciudad de México.
Al terminarse la misa en la Catedral Metropolitana, aquella mañana del 11 de mayo de 1997, el reportero Salvador Guerrero Chiprés, de La Jornada, encaró al futuro cardenal y le preguntó su opinión sobre las denuncias publicadas contra Maciel.
El rostro de Norberto Rivera se descompuso.
–Son totalmente falsas. Son inventos. ¡Y tú nos debes platicar cuánto te pagaron! –atajó Rivera al reportero antes de cortar con aquella entrevista.
Gerardo López Becerra, quien trabajaba en el equipo de Comunicación Social de la Arquidiócesis, trató de mediar entre el periodista Guerrero Chiprés y Norberto Rivera, pero los ánimos ya estaban caldeados.
El escándalo de Maciel representó también un duro golpe para Héctor Fernández Rousselon, responsable entonces del área de Comunicación Social de la Arquidiócesis y recomendado por los propios Legionarios de Cristo.
A la mañana siguiente, el lunes 12 de mayo de 1997, el Canal 40 de la zona metropolitana transmitió en el programa Realidades, conducido por Ciro Gómez Leyva, los testimonios de las víctimas de abusos sexuales del padre Marcial Maciel.
Por primera vez se vio y escuchó en televisión abierta mexicana los testimonios de José Barba, Saúl Barrales, José Antonio Pérez Olvera y Alejandro Espinosa, hombres en plena madurez que habían enfrentado las redes de chantaje y presión criminal de mon père.
Los Legionarios de Cristo estaban ante su peor crisis de comunicación. Y Norberto Rivera estaba profundamente involucrado en esta crisis. Presionó a reporteros, concesionarios y empresarios para que la osadía de Canal 40 fuera castigada.
Tal como lo relata Ciro Gómez Leyva en el texto, Maciel, la Operación Censura. Crónica del Boicot, publicado en la revista Nexos (1 de julio de 2010), las presiones en contra de esta señal concesionada a Javier Moreno Valle iniciaron desde antes de que se transmitiera la entrevista. Lorenzo y Roberto Servitje, los barones de Grupo Bimbo, junto con el empresario Alfonso Romo, entonces dueño de Seguros América, amenazaron con suspender la publicidad.
Carlos Slim, de Telmex, no presionó de manera abierta, pero ya no invirtió más publicidad en esa señal. El boicot empresarial a Canal 40 inspiró la creación posterior de la organización ciudadana “A Favor de lo Mejor A.C”, dedicada a monitorear los contenidos en los medios electrónicos.
Altos funcionarios del gobierno de Ernesto Zedillo también intervinieron de manera directa: su secretario particular, Liébano Sáenz, y el titular de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT), Carlos Ruiz Sacristán, según el relato de Gómez Leyva.
Detrás de esta ola de presiones estaba también el arzobispo primado de la Ciudad de México. Norberto Rivera tenía 57 años en ese momento. Estaba en la plenitud de su poder. Aspiraba a ser uno de los posibles sucesores del Papa Juan Pablo II y tenía una relación muy estrecha con Maciel. Fue su huésped en Roma y la extensa red de relaciones con la élite política y económica de los Legionarios ayudaron a Rivera. Su propio jefe de comunicación provenía de la Universidad Anáhuac.
Norberto Rivera dejó caer el peso de la Arquidiócesis para frenar esta campaña. La contraofensiva para tapar el sol con el dedo de la censura fue aplicada en cuantos medios pudieron.
El sacerdote Alberto Athié, en ese entonces director de Cáritas, también apoyó a las víctimas de Maciel y expuso ante Norberto Rivera el caso del padre Juan Manuel Fernández Amenábar, cuyo entierro en 1995 forjó la solidaridad del grupo de víctimas de Maciel y generó un inquebrantable compromiso de Athié en contra de la larga historia de abusos sexuales y de encubrimiento de sacerdotes y autoridades.
Cuando Athié le expuso a Rivera la historia del padre Amenábar, el cardenal lo paró en seco: “Esto es un complot contra la Iglesia. No tengo nada qué hablar contigo”, le respondió. El obispo decidió despedir a Athié y al canonista Antonio Roqueñí, quien apoyó desde el tribunal arquidiocesano a las víctimas de Maciel.
La contraofensiva de Norberto Rivera fue implacable. No sólo era un asunto de lealtad o de intereses compartidos. El propio Rivera se vería después involucrado en la protección a otro sacerdote pederasta, el padre Nicolás Aguilar, acusado de haber abusado de más de cien menores.
En abril de 2002, cinco años después de los reportajes en La Jornada y en Canal 40, el Canal 2 de Grupo Televisa transmitió en cadena nacional los testimonios de las víctimas de Maciel. Fue en el programa Círculo Rojo, conducido por Carmen Aristegui y Javier Solórzano. Las presiones antes de que se divulgaran las acusaciones contra Maciel también fueron intensas.
Por segunda vez, Norberto Rivera no pudo evitar que el descrédito de Maciel lo alcanzara. Tampoco pudo frenar que los medios de comunicación masivos, antes proclives a autocensurarse para abordar los temas de pederastia clerical, reprodujeran éstos y otros testimonios que desenmascaraban como un vulgar criminal compulsivo a quien el propio papa Juan Pablo II lo consideraba casi un santo.
La relación entre Norberto Rivera, los Legionarios de Cristo y los medios de comunicación venían de tiempo atrás. En su época como obispo de Tehuacán, el sacerdote duranguense presidió la Comisión de Pastoral Familiar del Episcopado Mexicano, de 1992 a 1995. Desde 1993 perteneció al Consejo Pontificio de la Familia. En ambos cargos cultivó una estrecha relación con grupos como los Legionarios de Cristo, la Unión Nacional de Padres de Familia y Provida, la “Santísima Trinidad” de los grupos conservadores de la élite católica mexicana.
Gracias a ese vínculo, Rivera adoptó una línea muy conservadora en los temas referentes a la sexualidad, a la diversidad sexual, a las políticas de despenalización del aborto y a las políticas de salud pública. Desde 1995 se opuso de manera radical al uso de métodos anticonceptivos y del condón. Condenó el aborto y la pornografía. Criticó a liberales, feministas e intelectuales y reclamó una mayor injerencia de la Iglesia en la educación y en la vida política.
El estilo de un “Cruzado”
Rivera se transformó en un auténtico Cruzado de la revolución conservadora de Juan Pablo II. Caracterizado por su discurso rudo, directo, y gracias a sus estrechas relaciones con los Legionarios de Cristo, en junio de 1995, a la edad de 53 años, Rivera fue nombrado Arzobispo Primado de México, en sustitución de Ernesto Corripio Ahumada, quien dejó el cargo tras 17 años por motivos de salud y debido a su avanzada edad (75 años).
El otro apoyo fundamental para Rivera fue el nuncio apostólico Jerónimo Prigione, el artífice del restablecimiento de las relaciones entre El Vaticano y el Estado mexicano, así como el promotor de una nueva generación de obispos y cardenales que compartían la misma formación conservadora en lo moral, agresiva en las negociaciones políticas e intensamente mediática (Sergio Obeso, obispo de Xalapa; Javier Lozano Barragán, obispo de Zacatecas; Luis Reynoso Cervantes, obispo de Cuernavaca; Emilio Berlié, obispo de Tijuana y luego de Yucatán).
El escándalo de Maciel fue un desafío, pero no un fracaso. El boicot al Canal 40, las presiones en otros medios impresos y electrónicos conservadores le permitieron a Rivera operar una política de comunicación social y una relación mediática que se caracterizaron desde entonces por tres ejes:
a) La contraofensiva moral y política. El cardenal perteneció a la corriente más conservadora de la Iglesia católica en las cuestiones morales y más elitista en el terreno político y económico. Heredero de la época de Juan Pablo II, Norberto Rivera, en su estrategia de comunicación y de acción pastoral, emprendió con toda su fuerza mensajes en contra de la despenalización del aborto, los matrimonios del mismo sexo, la adopción de hijos por parte de parejas gays o lésbicas y el uso de los anticonceptivos. Esta contraofensiva está estrechamente relacionada con los persistentes escándalos que lo han perseguido como protector de curas pederastas.
La paradoja de los obispos conservadores está encarnada en Norberto Rivera: represivos en lo moral para con los feligreses, permisivos en la inmoralidad y la ilegalidad internas. La contradicción de esta “línea pastoral” de Rivera marcará su arzobispado como uno de los menos generosos con las víctimas y con los derechos humanos.
b) La promoción de su propia figura. Ningún obispo y cardenal fue tan protagónico y protagonista de escándalos y polémicas como Norberto Rivera. Su estilo rudo, sus mensajes crípticos, su intolerancia a la crítica, su dificultad para debatir formaron parte de este coctel que lo retrata como un jerarca poco carismático entre los feligreses y profundamente protagónico en los medios.
Sus principales decisiones en materia de comunicación social estuvieron relacionadas con un tema fundamental: la protección y promoción de su propia figura, por encima de la propia diócesis o de los obispos auxiliares.
Sus relaciones con los grandes capitanes de la industria mediática se basaron en las lealtades y favores personales, no en la promoción de una nueva institucionalidad. Sus encuentros con Juan Francisco Ealy Ortiz, dueño de El Universal; con los dos hermanos Vázquez Raña, rivales en negocios, aliados en la línea ideológica; con Televisa y con TV Azteca, así como con la mayoría de los dueños de estaciones radiofónicas, se basaron en el culto constante a la personalidad. El tráfico de influencias y de favores fueron su fuerte.
c) La unilateralidad de su mensaje. En una era de intenso debate social, político y moral, Norberto Rivera creyó y consideró que sólo un mensaje era válido: el suyo y su peculiar interpretación de la doctrina cristiana. No es un teólogo, menos un filósofo, pero sí es un personaje de poder que al centralizar su liderazgo también centralizó el mensaje, sin posibilidad de interacción o de aceptar la crítica y mucho menos promover la autocrítica.
Invariablemente, a cada escándalo o acusación, el cardenal Rivera ha respondido con el mismo guión: se trata de un “complot” en su contra, son difamaciones, nunca aporta hechos o debate con sus propios críticos o denunciantes.
Hoy este estilo y el escándalo de la pederastia quedarán como el principal sello de sus 22 años. Sus victorias como político y empresario se traducirán en sus grandes derrotas sociales y culturales.