Las muertes de dos jóvenes de 22 y 29 años ponen en evidencia los retos de seguridad del nuevo Gobierno, liderado por Claudia Sheinbaum
Leonardo Avendaño tenía muy claro que quería ser cremado. Su madre había fallecido hace dos meses y él, seminarista y estudiante de maestría, decidió mientras la velaba que ese debía ser también su destino. Una decisión aparentemente prematura entonces, tenía solo 29 años. Este miércoles apareció su cadáver abandonado en la parte trasera de su camioneta Chevrolet Trax, en un paraje boscoso del sur de la capital mexicana (en Tlalpan). Fue encontrado, según ha asegurado la prima de la víctima a EL PAÍS, con golpes y una marca de asfixia en el cuello. Aunque la familia no ha tenido acceso todavía a la autopsia, la fiscalía apunta a que fue asesinado. Su caso y el de otro joven en apenas una semana —el de Norberto Ronquillo (22 años)—, ha sacudido los demonios de Ciudad de México, donde hacía años que el secuestro había desaparecido de la principal preocupación de la clase media y alta. Y ha puesto en la mira la capacidad del Gobierno, liderado por Claudia Sheinbaum, para combatir la inseguridad e impunidad en la capital del país.
El crimen de Norberto Ronquillo, escandalizó a la ciudad este lunes. Su familia había reunido parte del dinero que pedían los secuestradores —cinco millones de pesos (unos 260.000 dólares), según medios mexicanos— y pese a ello, las autoridades encontraron su cadáver esa madrugada, seis días después de su desaparición. La familia cumplió con el estricto protocolo que exigen este tipo de casos, la denuncia correspondiente ante el Ministerio Público (solo en un 10% de los se hace). Después, prefirieron pagar sin mediación de la policía. Pero ya se había activado el protocolo antisecuestro. Entregaron 500.000 pesos, entre efectivo y alhajas. Pero en el punto acordado para recoger a Norberto, no apareció nadie. Su cuerpo, abandonado en otro paraje del sur de la ciudad, envuelto en bolsas de basura, ocupó las primeras páginas de muchos periódicos mexicanos.
Los crímenes han dañado de nuevo la imagen de la nueva jefa de Gobierno de la capital, que desde que tomó posesión en diciembre, no es el primer caso polémico sin resolver que ha tenido que enfrentar. En mayo, la estudiante de bachiller, de Aidée Mendoza, murió por una bala en el abdomen mientras asistía a una clase de matemáticas; un mes después, las autoridades no han aclarado todavía ni siquiera desde dónde se disparó el arma. El secuestro trágico de Norberto Ronquillo —sin detenidos por el momento— y el de Leonardo, han socavado la credibilidad del nuevo Gobierno, que desde campaña prometía un cambio en las estrategias de seguridad y combate a la impunidad. La líder favorita de López Obrador para dirigir la capital ha soportado una semana de duras críticas que pedían incluso su renuncia. El presidente de México salió al paso de la alcaldesa y le gritó en un mitin esta semana: «No estás sola».
Como Leonardo, Norberto también era estudiante. Estaba a punto de graduarse de la carrera de Mercadotecnia por la Universidad del Pedregal (un centro privado). La historia de una familia en vilo, que había reunido todo lo que tenía para poder recuperar a su hijo con vida, hizo recordar a los mediáticos secuestros que pusieron la alerta sobre la capital en otras ocasiones: la época más preocupante, en la década de los noventa, cuando se hicieron famosas las bandas de secuestradores, como la de los Arizmendi o de Caletri. Hubo otros momentos en los que el secuestro centró la psicosis colectiva de la capital, con los casos de Florence Cassez y la banda de Los Zodiacos (2004); en 2008, por los secuestros del hijo del empresario Alejandro Martí (2008) y de la hija del exdeportista Nelson Vargas; además del secuestro masivo de 13 jóvenes en un bar de la colonia Juárez, el famoso caso Heavens (aunque después se concluyó que fue una ejecución masiva). «Desde aquellos sucesos, el secuestro no había vuelto a estar en el corazón de la opinión pública. Pues generalmente ocurre cuando afecta a las clases medias y altas», explica el analista de seguridad Alejandro Hope.
Después del caso de Norberto, la preocupación sobre si el secuestro ha repuntado en la Ciudad de México ha crecido estos días. Y las cifras lo refuerzan: 26 carpetas de investigación de enero a abril, frente a las 35 que hubo en todo 2018, según la fiscalía. Pero estos números pueden ser engañosos, según apuntan los expertos: «Esos datos señalan que en enero hubo 16 y en abril no hubo ni uno solo, ¿de verdad cree que en todo abril no secuestraron a nadie en esta ciudad? No lo creo. Hay una cifra negra muy grande que hace que sea sumamente difícil de saber. Muy pocos se llegan a denunciar», añade Hope.
«Es lastimoso, es engorroso. Las víctimas no son solo víctimas una vez, son víctimas muchas veces. La burocracia te hace sentir que eres el culpable de todo lo que te pasa», señala en una entrevista a este periódico Daniela Durán, prima de Leonardo. Su familia fue a denunciar la desaparición del estudiante la mañana después de su desaparición. Un trámite que duró más tiempo de lo que tardó un vecino en reportar el cuerpo muerto dentro de un coche.
El último mensaje de Leonardo lo envió alrededor de las 11 de la noche. Un sacerdote, amigo de la familia, que había venido de Guatemala para quedarse unos días en la capital, se estaba hospedando en su casa. Él se iba a ir esa noche a dormir a la parroquia, donde trabajaba como asesor. Estaba a 10 minutos, pero nunca llegó. Lo que ocurrió entre el mensaje que mandó a su amigo guatemalteco y su aparición en un bosque del Ajusco, es lo que investigan este jueves las autoridades. De momento, no han informado de ningún avance ni un posible sospechoso.
El cuerpo de Leonardo no puede ser cremado aún, hasta que las autoridades resuelvan lo sucedido. La fiscal Ernestina Godoy y Claudia Sheinbaum insisten en que «no se rendirán hasta que se haga justicia». Una promesa que ya hicieron antes: Aidée, Norberto, Leonardo.