Betzaida García Soto, cuñada de Gabriela García Cervantes, quien falleció en el fuego cruzado durante el atentado contra Omar García Harfuch, narra los momentos en los que se encontraron en medio de la balacera.
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Al oír las ráfagas de los rifles de sicarios del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), en el atentado contra Omar García Harfuch el pasado viernes, Gabriela García Cervantes se agachó y comenzó a rezar un versículo del Salmo 23 de La Biblia.
“El señor es mi pastor, nada me faltará… Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque conmigo estará”, repetía.
El vehículo Aveo en el que viajaba la mujer de 26 años, con su esposo José García Soto, su hermana Tania y su cuñada Betzaida, quedó en medio del fuego cruzado entre sicarios de Nemesio Oseguera, El Mencho, y escoltas de García Harfuch.
Eran las 06:38 de la mañana del viernes cuando empezaron los disparos. La familia García estaba por llegar a su puesto de quesadillas, tlacoyos y pambazos, cerca del Auditorio Nacional.
José, quien manejaba la unidad no pudo pasar, las ráfagas se intensificaron. Quiso echarse en reversa pero una Suburban blanca de los sicarios se lo impidió; se detuvo, no había salida.
“Los balazos venían de frente y de atrás, los asesinos se dispersaron por los lados para disparar, y entonces empezamos a pedir la misericordia de Dios”, narró a El Financiero Betzaida García Soto, cuñada de Gabriela.
Explicó que Gabriela, madre de Johana de 4 años y Mónica de 9, iba en el asiento trasero, justo detrás de José, y desde que salieron de su casa en El Potrero, Xalatlaco, Estado de México, estaba alegre.
“Ese día venía cantando y platicando con Tania, estaba muy contenta”, recordó.
Tras los disparos, Gabriela comenzó a orar, pero su plegaria se interrumpió con un grito de Tania, una bala le perforó el brazo.
“Tania empezó a desangrarse, Gaby me dio un trapo para aprisionar la herida y todavía alcanzó a decirle varias veces a José que se agachara que no quería que le tocara una bala”.
Esas fueron sus últimas palabras. Gabriela se desvaneció. “Yo pensé que se había desmayado porque era muy ansiosa… seguían los balazos y nosotros no ocultábamos”, agregó.
Dijo que en cuanto terminó el tiroteo, llegaron policías hasta su coche.
“Yo no me había dado cuenta que Gaby tenía un balazo en la cabeza hasta que empecé a revisarla y cuando llegaron los paramédicos me dijeron que ya había muerto… mi hermano enloqueció”, rememoró entre sollozos.
Tania fue llevada al hospital de la Cruz Roja de Polanco; José y Betzaida resultaron ilesos.
“Fue un milagro. De la bolsa de mi chaleco saqué una bala completa pero aplastada, para mi eso fue un milagro de Dios, dejar seguir aquí”, consideró.
Betzaida y su hermano José aseguraron que tras este hecho no están pidiendo dinero sino un empleo.
“Somos enfermeros generales, no es dinero lo que queremos, sino un trabajo en un hospital de primer nivel para poder ganar nuestro propio dinero y sacar adelante a las niñas”, agregó.