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A 10 años de su partida: “Gabo” en la memoria de su sobrino el cineasta Daniel Damián

Daniel Damián vive en México desde hace cuatro años. Es hijo único de Gustavo Adolfo (quinto de los 10 hermanos menores de Gabo, y también escritor y poeta), y de Lilia Esther Travecedo (radicada ahora en Barranquilla). Proceso lo abordó justo a una década de la partida de su tío.

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CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Más allá de su grandeza literaria, para el cineasta venezolano Daniel Damián García, sobrino de Gabriel García Márquez –de quien se cumple este 17 de abril su décimo aniversario luctuoso– era un tremendo guionista, pero sobre todo un familiar presente.

Dice en entrevista:

“Iba mucho a Venezuela a desconectarse de todo”.

Y es que Daniel Damián, caraqueño de nacimiento y hoy de 45 años, vivió en ese país hasta los 18, pues su padre fue Cónsul de Colombia, y de hecho intentó seguir sus pasos en la diplomacia, pero “cuando comencé la carrera y había que ir desde el primer día de clases en traje y corbata, me di cuenta que no era lo mío”.

Damián García

Daniel Damián vive en México desde hace cuatro años. Es hijo único de Gustavo Adolfo (quinto de los 10 hermanos menores de Gabo, y también escritor y poeta), y de Lilia Esther Travecedo (radicada ahora en Barranquilla). Proceso lo abordó justo a una década de la partida de su tío, ocurrida en México –país que lo acogió desde sus inicios como periodista, guionista y escritor–, y a un mes de haberse publicado su novela póstuma “Nos vemos en agosto” (2024).

Para él las historias en torno al narrador colombiano no dejan de fascinar “por su forma de ser y su calidez”:

“Si ‘Gabo’ influenció tanto al mundo, en lo privado, en lo pequeño es una influencia grandísima en toda la familia, pero es una cosa recíproca que siempre hemos sentido, porque su mundo, literatura, obra y trabajo está inspirado en la familia primordialmente.

“Digo esto porque creciendo en todo este ambiente cultural, literario, cinematográfico, por su cercanía con el cine, crecimos y no sólo yo, los primos, toda mi generación crecimos en toda esta locura, la vivíamos de otra manera porque era un familiar, un tío, primo, abuelo, hermano y padre, pero siempre sentíamos esa fuerza inevitable que nos contagiaba”.

El director hizo sus “pininos” en –nada más y nada menos– la versión cinematográfica de El amor en los tiempos del cólera (2007); después creó los cortometrajes como No estás muerta, Ana (2010), y La menor parte (2020), y ahora trabaja en una serie de 12 capítulos cuya temática amorosa se titulará Madrid, te amo.

Cuenta a Proceso sus propios orígenes en el cine:

“Desde muy pequeño asistía a festivales de cine, sobre todo en Cartagena, Colombia, a muchas funciones fui con él, en edad avanzada vimos una película juntos. Al principio no entiendes mucho de lo que pasa, pero poco a poco me fue entrando esa vena artística, mi padre Gustavo Adolfo, también era escritor y poeta) y publicaba artículos en diarios de Venezuela”.

Terminó viviendo en Europa por dos décadas, primero en Londres, para estudiar la carrera de cine, y luego en Madrid donde cursó un Máster de Dirección, y donde creó su propia productora de publicidad.

Narra que mientras estudiaba en Londres se enteró de que se filmaría El amor en los tiempos del cólera:

“Fue un impulso juvenil de ‘yo tengo que trabajar ahí’”, y se comunicó sin mayor pena a la productora Stone Village Pincture, en Los Ángeles, California, donde le comentaron que el director Mike Newell estaba en Cartagena haciendo castings.

“Terminé hablando a un par de hoteles hasta que lo encontré, hablé con él…  y terminé haciendo maletas, viajé a Bogotá, y así me vi con él”.

A la distancia, analiza esa versión cinematográfica:

“Uno siempre ve las cosas desde su terreno y empieza a criticar… estaban haciendo una cinta muy inglesa con trajes muy encorsetados, y hacía mucho calor, y siempre he dicho que lo primero que debieron de hacer los colonizadores cuando llegaron desde España a estas tierras tan calientes es cambiarse la ropa, ponerse ropa más fresca; pero en su gran mayoría fue una gran experiencia y gran película en cierta medida, una aventura interesante”.

Frente a las adaptaciones cinematográficas que se han hecho de otras obras del narrador, considera a Sólo vine a hablar por teléfono, de Doce cuentos peregrinos (que en México el mismo García Márquez adaptó en 1981 como María de mi corazón con la actriz María Rojo como protagonista, y Jaime Humberto Hermosillo como director) así:

“’Sólo vine a hablar por teléfono’ es la más cinematográfica que tiene. Escribí un guion junto a unos amigos, y está guardado por ahí, la desligué de todo el realismo mágico con los argumentos que tiene la historia, que son muy interesantes…

“Él no lo menciona en el libro, pero haciendo el análisis, creo que ambientó la historia en la época de Francisco Franco en España, aterriza mucho las razones por las cuales a una mexicana en los años setenta la terminan metiendo a un manicomio”.

–¿Qué recuerda más de Gabo?

–Hay una frase que me dijo y que a veces me la adjudico… que son este tipo de frases que lo caracterizan a él y a sus hermanos, porque todos tenían ese genio, esa sabiduría que era muy latente en mi abuela Luisa, en ‘Mami’ como le decíamos. Un día me dijo: “Haciendo es que se hace”.

“Yo estaba muy pequeño cuando tuve la relación más cercana con él, iba mucho a Venezuela, iba a esconderse, y esconderse también es una forma de hablar, era una forma de desconectarse de todo. Yo tendría siete, ocho años.

“Recuerdo un día que me levanté para ir a clases a las cuatro de la mañana, porque vivía del lado del mar en Caracas, entonces salíamos temprano porque nos repartían en la escuela, y estaba leyendo el periódico y me dijo: ‘¡Ey! ¿y tú que haces tan temprano?’. Le dije que iba a la escuela, y yo creo que sentía una cierta admiración por eso, pero también una cierta crueldad para los niños… Era muy práctico para hablar, decía dos palabras, pero en esas dos palabras te decía todo un párrafo”.

Aborda entonces su influencia y la vena artística en la familia García Márquez:

“Nos influyó a todos y todos se influenciaron entre sí, es la materia prima de todo lo que ocurre y el ‘fenómeno García Márquez’. El tío Jaime (que todavía vive) decía ‘yo no escribo, pero sí hablo’, y era el más hablador, hablaba como si escribiera las mejores novelas, tenía una muy buena narrativa para expresarse, cualquier historia la hacia un cuento, era agradable escucharle.

“Mi tío Luis Enrique decía, ‘yo no escribo, pero yo borro’.

“Y cuando mi tío Gabo necesitaba salir de una duda o estaba atorado en algo, lo primero que hacía era llamar a sus hermanos y les decía: ‘¿Recuerdas esto o aquello con la tía tal?’. Se hablaban, se ayudaban y se resolvía”.

Para rematar evocando las reuniones de la familia:

“Nos reuniamos todos los años en la casa de la abuela. Eran papás, hijos, nietos, bisnietos, tataranietos, cada año sucedía y se hacía de forma religiosa, hasta que mi abuela murió.

“Anécdotas hay muchas. Recuerdo que yo pensaba que Gabo estaba muerto porque veía la portada de ‘Crónica de una muerte anunciada’ donde aparece un personaje con una sábana y sangre, y las botas, y relacionaba a las botas con mi tío, porque las usaba iguales. Yo pensaba que estaba muerto.

“Lo maté antes de tiempo, sobre todo ahora que lo recordamos en el aniversario de su partida. Me parece una anécdota bonita, porque es igual de mágica”.

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