El estigma del ser de PRI

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as tres cosas más importantes en la vida de Víctor Germán son, por este orden, su familia, Dios y el Partido Revolucionario Institucional. “Mire, en realidad las tres son casi lo mismo. Mi papá, que era campesino, me bautizó y me enseñó lo que era el PRI. Yo no lo elegí hasta más grande y entonces ya se vuelve como una fe. Cuando te dan de la mamila ya no la puedes soltar: o la tomas o la derramas”, contaba la semana pasada sentado en un local del partido en Xalapa (capital de Veracruz), con la mesa repleta de pasquines de sus candidatos en las elecciones del 1 de julio a gobernador del Estado y presidente de la República, José Yunes y José Antonio Meade, que además de compartir primer nombre y estudios en universidades estadounidenses, ocupan también un lejano tercer puesto en las encuestas, preludio del severo voto de castigo que le espera a la marca PRI.

No ha sido fácil para Germán, 50 años y militante desde los 18, mantenerse firme últimamente en su tercer credo sagrado, seguir acudiendo cada tarde a la salida de su trabajo de oficinista a esta sede del partido para hacer proselitismo en Veracruz. El quinto estado más rico y segundo más poblado de México mutó el año pasado de castillo inexpugnable –durante 87 años nunca había cambiado de signo– a territorio maldito para el priismo.

En el centro de este tsunami político, el exgobernador Javier Duarte. Encarcelado, con un puñado de causas abiertas por el formidable saqueo de las arcas públicas y vínculos con el crimen organizado, su política de tierra quemada incluyó licitaciones amañadas, empresas fantasma, desvío de recursos, récord de periodistas asesinados, más fosas clandestinas que municipios y grupos paramilitares incrustado en la estructura del Estado con el objetivo de la desaparición sistemática de supuestos criminales.

“Nos insultan, nos dicen rata. Es humillante, pero aguantamos”, explica Germán, que vuelve a la analogía religiosa: “¿Cuántas cosas se han escuchado de los sacerdotes pederastas? Todos somos humanos y comentemos errores”.

Toda la campaña del partido en Veracruz gira alrededor de un eje: tomar distancia con la figura de Duarte. “Yo soy Pepe y yo respondo por mí”. Así arrancaba el primer anuncio electoral de José Yunes, al que las encuestas le dan un 15% de intención de voto, lejos del 40% de los candidatos de Morena –izquierda– y PAN –derecha–. En las últimas semanas, las fugas de cuadros priistas a los dos partidos punteros se cuentan por decenas y prevén que de los 50 escaños en liza –entre parlamento federal y local–, logren un máximo de cinco.

Silvio Lagos, coordinar de la campaña, reconoce que “el descrédito del partido por el anterior gobernador es muy grande, pero no solo es aquí, es en todo el país. México ha dejado de ser priista, ahora hay muchos priistas de closet o priistas enojados porque sienten que abandonó las causas de la gente”.

Los sondeos apuntan a que cerca de la mitad del país nunca votaría por el PRI, Peña Nieto arrastra los niveles de popularidad más bajos en la historia de un mandatario mexicano y Meade tiene el insólito título de ser el primer candidato presidencial sin carnet del partido.

Si la estrategia en Veracruz es alejarse lo más posible de Duarte; durante la campaña presidencial, salvando las distancias, Meade ha procurado desligarse también de Peña Nieto, el presidente que no ha logrado el despegue económico prometido, bajo cuyo mandato se han roto todos los registros de violencia, y quien hace no tanto ponía públicamente como ejemplo de renovación dentro de la vieja maquinaria priista a tres jóvenes gobernadores: Javier Duarte, Cesar Duarte y Roberto Borge. Los tres encarcelados o prófugos acusados de corrupción.

Antes de entrar en política, un Duarte adolescente trabajó en los ochenta en un pequeño negocio familiar pegado a su casa, una panadería de un barrio acomodado en la ciudad de Córdoba, un nodo agroindustrial del centro del estado. La familia terminó comprando el edificio entero para integrarlo en parte de la residencia.

El jueves de la semana pasada, la imponente casa de dos pisos flanqueada por palmeras tenía las puertas y las ventanas cerradas. Los vecinos de al lado preferían no hacer comentarios desde el otro lado de la reja. En la acera de enfrente, otro airado vecino aparecía por la entrada del garaje tras insistir en el timbre principal: “No vamos a decir nada, nos molestan mucho, viene todo el rato gente, de Hacienda y de otros lados”.

Dos calles más abajo, Miguel Esparza, un contador jubilado de 62 años, estaba algo más dispuesto: “Claro que me acuerdo de Duarte llevando la bandeja de pambazos (un tipo de pan mexicano). Se terminó convirtiendo en un ratón grandote que ha quebrantado a Veracruz”. Sobre su voto en las inminentes elecciones, Esparza descarta al PAN y al PRI. “Necesitamos un cambio que saque al país de este hundimiento”.

Cobijados de la típica lluvia vespertina en los soportales de la plaza principal de Córdoba un grupo de jóvenes se repartía las opiniones. Aura Ríos, 24 años, becaria en una empresa textil, sí va a votar por el PRI. “En las redes sociales, todos los memes son a favor de López Obrador. Hay una campaña contra el PRI”. Joaquín, 26, cocinero, sostiene sin embargo que “que la corrupción es lo que les identifica, mienten a la gente prometiendo trabajo y luego solo roban”. Mientras que Daniel Mendoza, 23, arquitecto, duda entre el Bronco, “porque apuesta por la tecnología” y López Obrador, “porque quiere subir los salarios”.

Cada vez que el PRI atraviesa por uno de sus baches electorales, vuelven a sonar las voces que optan por dar un nuevo giro existencial, el cuarto cambio de cara del partido. Nacido en 1929 de las cenizas de la Revolución a manos del militar Plutarco Elías Calles, tuvo otros dos hitos fundacionales con Lázaro Cárdenas y Miguel Alemán. Desde entonces, fue creciendo como un particular leviatán, un partido de masas al estilo socialista que terminó mimetizándose con el Estado en un sistema autoritario y corporativista –aglutina igual a sindicatos que a patrones, a campesinos que a tecnócratas– perfeccionado durante más de 70 años ininterrumpidos en el poder.

Tepatlaxco (8.500 habitantes) es el ayuntamiento veracruzano que más tiempo ha estado gobernado por el PRI. Salvo un par de legislaturas al comienzo de la década, casi un siglo de gobierno tricolor. Clavado como un pasillo estrecho en la Sierra Madre Oriental, sin línea de internet en prácticamente todo el pueblo y con una tasa de pobreza de más del 70%, la principal palanca económica es el cultivo de café.

“Cada vez estamos peor –explica el secretario del ayuntamiento, Carlos Peralta– porque el mercado está copado por cinco empresas con las que es muy difícil competir”. Licenciado en Derecho y afiliado al partido desde los 18, hay varias cosas que no le gustan del PRI actual: la reforma energética, “una prolongación de la política entreguista de los neoliberales desde Carlos Salinas”; la ley que abre la puerta a una privatización del agua, “porque beneficia a unas pocas empresas” y la reformas laboral, “la eterna lucha entre el capital y el trabajo”.

Nacionalismo económico, inversión pública, regulación del mercado laboral. Unas propuestas muy similares al programa de López Obrador, al que algunos analistas le atribuyen estar resucitando a su manera al viejo PRI. Para el secretario de Tepatlaxco hay una diferencia: “Él no es un político responsable, nosotros sí”.

                                                         
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