Entrar a la fosa más grande de México

ElFinanciero.com.mx/ VERACRUZ.- Aproximadamente tres kilómetros de terracería separan las casas en una humilde zona habitacional de un gigantesco cementerio clandestino. La tierra se vuelve lodo y las marcas de automóviles y pisadas de caballo quedan impresas.

El Financiero ingresó al predio de Colinas de Santa Fe, en la ciudad de Veracruz, en donde desde hace varios meses un grupo de madres de personas desaparecidas realiza una incansable búsqueda para hallar a sus seres queridos. Han encontrado 250 cráneos y aún falta un 30 por ciento del terreno por investigar.

A las ocho en punto de la mañana, a bordo de una camioneta blanca, llegan los familiares de personas desaparecidas, armados con machetes, palas y varillas ingresan tras identificarse para hacer lo mismo que casi todos los días: escarbar fosas.

Al fondo del fraccionamiento de clase media hay una reja oxidada, un cartel advierte que los ajenos al lugar no son bienvenidos, “Prohibido el paso. Propiedad privada” se lee con grandes letras negras; dos policías ministeriales también vigilan el acceso, revisando a todo aquel que pretende entrar.

En el camino, se observan dos casas abandonadas y a medio construir y una choza tirada, se escucha el ruido del movimiento de contenedores en el puerto cercano y cientos de buitres que sobrevuelan un lugar que emite una sensación de dolor y tristeza.

Pese a lo que cualquiera pudiera pensar, no es un lugar solitario, a la orilla de la brecha también hay un pequeño rancho con ganado, una gran empresa de contenedores y el constante paso de hombres a caballo.

La cinta ministerial amarilla parece una frontera entre la vida y la muerte, más allá de ella sólo pueden entrar los buscadores y la Policía Científica; ahí están las fosas utilizadas por la delincuencia organizada para desaparecer a sus víctimas.

Hay una carpa que sirve de refugio ante los rayos del sol de Veracruz, en ella se come, se descansa y se recargan fuerzas para seguir con la búsqueda, también se guarda el equipo para escarbar las fosas.

Una decena de elementos de la Fiscalía resguardan el lugar, con armas largas y gafas oscuras se plantan a lo largo del camino y alertan ante cualquier movimiento sospechoso. Además, policías estatales y navales hacen tareas de vigilancia, al menos cuatro, con su uniforme azul marino se mantienen parados al lado de las líneas que prohiben el paso.

Las madres, aproximadamente 10 que se turnan cada día para buscar, portan un uniforme diferente, playera de manga larga para cubrirse del sol, zapato cómodo o bota para sortear las dificultades del terreno y sin más arma que la esperanza de dar tranquilidad a alguna familia que busca a sus desaparecidos.

Rosalía Castro Tos, es una de las buscadoras, su hijo desapareció en la navidad del 2011 y desde entonces no deja de buscarlo. Su cuerpo no parece cansado por los años, camina de un lado a otro sin detenerse, entierra la varilla en el suelo, la hule y si hay indicios de alguna fosa notifica a la Policía Científica.

Rosalía no se detiene, ni tampoco Perla, ni Lucía, ni ninguna otra de las madres que diariamente entran a esa enorme fosa, en la que yacen enterrados cientos de personas, entre las que sólo tal vez podría estar a quien ellas buscan.

                                                         
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