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La Paz. Firmó un decreto que exonera a los militares de responsabilidades penales –una licencia para matar que contraviene todas las reglas internacionales–, dio 5 millones de dólares extras al ejército y hoy su policía la emprendió contra una marcha pacífica que llegó a unos pasos del lugar donde ¿despacha? Digamos que donde actúa, al cabo ex presentadora de televisión, como rostro del gobierno de facto.
Pues bien, al filo de las 21:30, hora de La Paz, Jeanine Áñez soltó un mensaje a los bolivianos: “Lamentamos desde el corazón las muertes de nuestros hermanos en El Alto. Nos duele porque somos un gobierno de paz. Y por eso les pido que nos unamos para reconciliarnos…”
Sin referir objetivos ni hacer una oferta concreta ofreció poner a disposición a su gabinete para comenzar a dialogar inmediatamente
. También dijo haber pedido participar a los organismos internacionales y también a la Iglesia
(recuérdese que, para ella, Iglesia sólo hay una).
Resulta inevitable recordar el golpe de Honduras hace una década. Durante largos meses, mientras se cumplía el plazo del mandato de Manuel Zelaya, los golpistas se llenaban las bocas con la palabra diálogo, le jugaron el dedo a la OEA (la del chileno Insulza, no la del uruguayo Almagro), embarcaron en su teatro al Nobel Óscar Arias, desafiaron a Lula, que entonces estaba en el esplendor de su poder (metió a Zelaya a la embajada de Brasil en Tegucigalpa), se burlaron de todos los cancilleres latinoamericanos en sus caras y, al final, si algo cedieron fue por lo único que les importaba: que Estados Unidos les cancelara las visas. Para la élite hondureña, caray, perderse Nueva Orleans es morir en vida.
Diálogo es el nombre del juego que ahora cuenta con la patética complicidad de la OEA y el abierto apoyo del gobierno de Donald Trump que, ni de chiste, cancelará una visa de la élite boliviana. Es más, probablemente muy pronto el articulador del golpe, Jorge Tuto Quiroga, dueño de credenciales democráticas tan incuestionables como haber sido vicepresidente del dictador Hugo Banzer, sea recibido con fanfarrias y confeti en Washington.
La birlocha tirana
Las señoras lloraban por partida triple, por sus muertos, por el coraje y por los gases que les habían tirado.
El Mercado Lanza es una construcción extraña: pasillos que suben y bajan, que van y vienen en distintos niveles, para dar espacio a puestitos de dos por dos que venden comida. Ahora casi todos están cerrados porque faltan la carne, los huevos, el pollo. Igual, si tuvieran todos esos productos, valdría de poco porque no hay gas.
Las zonas acomodadas de La Paz cuentan con gas por tubería. Los pobres dependen de los tanquecitos de 10 litros. La propaganda del gobierno justificó los ocho muertos de El Alto por la necesidad abastecer a la capital de ese preciado bien de las cocinas y de gasolina para los autos.
Pero ni el gas llega ni la gasolina alcanza. Las bases del MAS en esta capital tienen la convicción de que la gasolina está a resguardo en el Colegio Militar porque, prioridades son prioridades, en caso de que no funcione el diálogo será necesario abastecer los vehículos de transporte de tropas para atender, Biblia en mano naturalmente, los 71 bloqueos carreteros que según fuente oficial existen en el país.
Y no se crea que las señoras que lloran por los gases en el Mercado Lanza ignoran estas cosas.
En aras de resumir, abajo se inscriben las frases anotadas mientras los locatarios del mercado se decidían a abrir los candados. En tres círculos de lágrimas se escuchó lo que sigue:
Fue una emboscada. Nos estaban esperando
. ¿Por qué nos tratan como perros?
¿Y dónde quedaron los muertos?
Estaban lanzando gases desde arriba de los edificios, hasta de arriba del templo, ¿por qué la iglesia se presta a eso?
Otro de los grupos de señoras refugiadas en el mercado compartía pañuelos, cigarros, bicarbonato, lágrimas y palabras:
“Malditos, y hasta han hecho montajes. ¡Esa no es la voz del Evo! (en referencia a la presentación de un audio que, según los golpistas, les permitirá acusar a Morales de terrorismo
).”
De qué democracia hablan. Es dictadura.
“La birlocha es tirana. Esto es tiranía.”
(Birlocha, necesaria ida al diccionario con sombrero de bombín que lo explica a este reportero, es una chola que se viste como sifrina, que con su ropa y maquillaje niega su origen).
Barbijos, cigarros, llévelo, llévelo
Esta es una de las policías más corruptas de Latinoamérica
, dice en corto un líder masista. Cualquiera se pregunta, claro, por qué 14 años de gobierno de Evo Morales no fueron suficientes para sanear ese cuerpo de seguridad del Estado.
Esto va por el siguiente detalle. Los policías que se plantan en el lugar donde van metiendo a los detenidos ocultan, ilegalmente, sus nombres bordados en sus uniformes. ¿No están seguros de que este gobierno es el bueno y duradero?
Algunos ciudadanos bolivianos se los reprochan y eso acaba, naturalmente, no en el diálogo que ofrece la señora Áñez, sino en otra gasificación
que, por lo demás, abre oportunidades.
Detrás de los policías que viajan en parejas en motocicletas, y que literalmente cazan a los manifestantes y a cualquiera que se les cruce, van vendedores ambulantes que con un sonsonete que hace recordar el clásico fierro viejo que venda
, ofrecen los remedios contra los gases en pequeñas cajitas colgadas de sus pechos: “Bicarbonato, barbijos (tapabocas), cigarros…”
Cierre de pinzas
El gobierno de facto cierra pinzas: llama al diálogo al mismo tiempo que, sin que lo diga la ex senadora, excluye todo lo que huela a Evo Morales y su entorno –los que se fueron
, dicen, y en esa expresión coinciden medios, funcionarios del gobierno de facto y, ojo, algunos diputados del MAS.
Mientras gasificaban
a los marchistas, los canales de televisión transmitían hasta el paroxismo las aburridas hojas de los expedientes penales abiertos contra Morales, la protesta formal
del gobierno boliviano de facto ante México por las declaraciones del aymara que, a su juicio, contravienen
su condición de asilado político, paja mediática, fuegos artificiales para lo que importaba fijar y que resumía un analista
en la radio: Evo es historia
y los masistas deben salvar
a su partido. Siempre y cuando, claro, no se les ocurra volver a ganar una elección presidencial.