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Imagine usted por un momento que un amigo recién adquirido (de esos que tienen fama de oportunistas y advenedizos), lo invita a una cena en su casa para compartir el pan y la sal con el mismísimo yerno del presidente de Estados Unidos.
Y, en los postres —le dice—, es posible que este personaje con fama de granuja y lealtades promiscuas te ayude a empujar las negociaciones para asegurar unas inversiones de hasta 10 mil millones de dólares para impulsar el desarrollo del sur de México y Centroamérica.
¿Quién se atrevería a rechazar esta oferta?
Sobre todo cuando se trata de Jared Kushner. Un ambicioso joven de 38 años que actúa como actual consiglieri del presidente y como cabildero de intereses propios. Ya sea en el siempre corrosivo sector inmobiliario de Nueva Jersey o Nueva York.
O de la mano la poderosa industria militar de Estados Unidos, a la que ha convertido en su principal fuente de ingresos, poder e influencia.
Para muchos en el FBI, Kushner y sus aliados en el clan Trump, se habrían constituido incluso en una suerte de “back channel” (una puerta oculta) entre Trump y el siempre escurridizo Vladimir Putin.
Su papel en la Casa Blanca, a la sombra de su suegro, lo ha convertido en un personaje de extrema toxicidad y experto en ”reuniones en lo oscurito”. En encuentros alejados de reflectores y de funcionarios del Departamento de Estado que despotrican contra la inexperiencia y la tendencia de Jared a sacar provecho de delicados asuntos de seguridad nacional.
Ahí está su papel de interlocutor de excepción con el gobierno israelí de Bibi Netanyahu, a quien ha ayudado para estrechar alianzas con Trump y, de paso, mantenerlo en el poder en las próximas elecciones del 9 de abril. De ahí, la polémica decisión de trasladar la embajada de EU a Jerusalén y el más reciente y temerario anuncio de la Casa Blanca para reconocer las aspiraciones anexionistas de Israel sobre los altos del Golán.
Su papel, en el contrato más jugoso de compraventa de armamento de Estados Unidos a Arabia Saudita por más de 100 mil millones de dólares, también lleva su impronta.
Y qué decir de su papel en el fallido encubrimiento del asesinato del periodista de origen saudita, Jamal Kashoggi, quien fue ejecutado y descuartizado en el consulado de Arabia Saudita en Estambul por órdenes del príncipe Mohammed bin Salman, uno de los más recientes amigos de Kushner.
Por cierto, fue Kushner uno de los encargados de supervisar la construcción de la narrativa que Riad y Washington intentaron (sin éxito) imponer para hacer creer a la opinión pública internacional que los asesinos de Khassogi habían sido misteriosos miembros del “hampa”.
Desde que asumió el poder, el presidente Donald Trump se ha empeñado en destacar las habilidades diplomáticas de su yerno como interlocutor de excepción entre israelíes y palestinos, a pesar de que la paz entre ambos bandos esta hoy más lejos que nunca.
Y, más recientemente, Kushner ha sido presentado como el socio indispensable para resolver la crisis migratoria que Donald Trump se ha empeñado en fabricar y explotar durante los dos años de su mandato.
En pocas palabras, Jared es el negociador todo terreno de Donald Trump. El que le ha guardado los secretos de sus contactos con Rusia (que por cierto lo han puesto en la mira del fiscal especial, Robert Muller). El que le ha abierto el canal de comunicación (y enriquecimiento) con el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed bin Salman.
Y el que ahora se dispone a garantizar unas inversiones hacia México y Centroamérica que, por cierto, despiertan la incredulidad de distintos gobiernos europeos y hasta de inversionistas remolones de Estados Unidos a los que se intenta atrapar para meterlos en un saco de inversiones diversas para apuntalar el desarrollo en el llamado triángulo de la miseria y la violencia en Guatemala, Honduras y El Salvador.
Algo así como el Plan Marshall que el presidente en México se ha empeñado en echar andar de la mano de Jared Kushner. Un personaje experto en reuniones en lo oscurito que lo mismo estrecha la mano de jeques árabes acusados de asesinar periodistas, que de líderes democráticos convencidos de que, a veces, es necesario taparse la nariz para saludar a quien puede ayudarnos a conseguir nuestros objetivos y aferrándose al viejo principio de que, en política, el fin justifica los medios.
De ahí la importancia de acudir a una cena con Jared Kushner, el representante plenipotenciario de Donald Trump que, según las malas lenguas, podría terminar en la cárcel por su intervención oficiosa en la trama rusa y en la ocultación de información que podría desvelarse en el curso de los próximos días.
Por ello mismo, muchos son los que hoy cuestionan el cálculo político y la idoneidad de un encuentro que ha levantado demasiada polvareda y, encima, podría enlodar de forma innecesaria la dignidad de la presidencia de México.