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CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Tuvimos esa convicción, desde el primer momento. Desde que lo vi tirado boca abajo sobre el pavimento supe que nos habíamos equivocado con los narcos. Ya no mandaban los viejos capos que se podían enojar, chistar los dientes y hasta enviar mensajes “amables” para que le bajáramos de güevos —lo de la granada en nuestra oficina en 2009 pudo tener origen en algún personaje de la política— pero al mismo tiempo respetar lo que hacíamos. Solo que esa generación se fue yendo por distintas razones y ahora son los hijos y los sobrinos los que tomaron el mando y las calles y la forma en que según ellos deben controlar las plazas.
Desde el primer día concluimos que la orden de matar a Javier Valdez había sido girada desde alguna cueva del narco. No sabíamos de qué parte, de qué grupo, pero sabíamos que habían sido ellos. Estaban en guerra; el Chapo Guzmán había sido extraditado y todos sabían que no había regreso para él; y que alguien debía tomar el mando. Dámaso López Núñez había crecido con poder y con armas, con dinero, y se sentía el heredero de su imperio. Le ayudó a escaparse de Puente Grande en 2001 y eso lo acercó al capo, se hicieron compadres porque fue padrino de bodas del Mini Lic, pero no llevaba su sangre, algo que es imprescindible en las dinastías. Y los hijos habían crecido y el padre les confió el negocio. Sobre todo Iván Archivaldo, el mayor, había adquirido experiencia en el tráfico de drogas y en las armas, comandando los ejércitos de su padre. Por eso explotó la guerra. No se pusieron de acuerdo como lo hubieran hecho los viejos en otro tiempo y optaron por enfrentarse con todo.
Y en esa guerra se fue Javier, su familia, sus amigos, una forma genuina de hacer periodismo, las víctimas de la violencia que tanto retrató, parte de la sociedad, de nuestras libertades… nos fuimos nosotros.
Un día dije que el de Javier había sido un crimen de ira y cada vez estoy más convencido que así fue. Estábamos seguros que lo habían matado por alguna o algunas notas publicadas, no por lo que pudiera publicar. Sobre todo nosotros sabíamos lo que traía entre manos. Se especuló mucho sobre eso y hasta se conjeturó sobre posibles autores intelectuales ligados a la política. Y hubiera sido muy fácil decirlo, pero nos ha movido desde aquel maldito 15 de mayo el deseo, la exigencia y la esperanza de justicia, no sacar de la tragedia raja publicitaria, lo cual hubiera sido lo más fácil y cómodo para nosotros. “Fue el gobierno”. Y entonces sí, tal vez hubiéramos llenado plazas.
A casi un año de su muerte, las cosas empiezan a quedar claras. Están identificados al menos tres de los autores materiales y los propios fiscales, al presentar a Heriberto “N” ante el juez de cargo deslizó que la célula pertenecía al clan de los Dámaso. Y que lo habían mandado matar porque no les gustaron algunas notas que Javier publicó. Y que el pago por hacerlo fue una pistola plateada con las imágenes de los Dámaso en las cachas.
Según el testimonio al que los fiscales hacen alusión y cuyo nombre mantienen en reserva, él mismo vio el arma cuando Juan Francisco Picos Barrueta, el Quillo, jugaba con ella.
Así, a la teoría del caso le faltan todavía los detalles y no sabemos si las fiscalías ya los tienen en su poder y han decidido mantenerlos en reserva en tanto avanza el proceso judicial sobre los presuntos autores materiales. En cuanto a la autoría intelectual del asesinato, ellos mismos perfilaron a los Dámaso y más probablemente al menor, porque es el que se encontraba libre, pues a su padre lo habían detenido el 2 de mayo en Ciudad de México y difícilmente hubiera tenido ánimos y tiempo para ordenar la muerte de un periodista.
En todo caso, pronto se pondrá a prueba la capacidad de la Fiscalía federal y en particular la de su titular, Ricardo Sánchez Pérez del Pozo, para armar y defender con éxito un expediente de esta envergadura. Ricardo tenía apenas una semana en el cargo cuando mataron a Javier y esta sería su primera gran prueba de fuego.