Especialistas en el área de justicia consideran que la copia del modelo estadounidense ha derivado en legislaciones «excesivamente punitivas y desproporcionadas» en la región, que afectan a los «eslabones más débiles» de las cadenas delictivas.
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En abril de 2007, pocos meses después de que el presidente Felipe Calderón Hinojosa declaró la guerra contra el narcotráfico, Natacha Lopvet, de ciudadanía francesa, viajaba desde Sudamérica hasta su país cuando tuvo una escala obligada en el trayecto: el Aeropuerto Internacional de Ciudad de México.
Con las vacaciones de Semana Santa llegando a su fin, Natacha estaba por abordar el avión que la llevaría a Francia cuando las autoridades mexicanas la detuvieron y la llevaron a un sótano del aeropuerto. Rodeada de agentes federales y sin asistencia consular ni un abogado que la representara, la mujer pasó 48 horas intentando explicar que la droga que había en su maleta no le pertenecía.
Tan rápido como se fue el avión que la llevaría a su país de origen, Natacha fue acusada de introducir ilegalmente droga al país y sentenciada a 11 años y 6 meses de prisión.
«Cuando te sentencian es como el golpe«, dice Natacha Lopvet en entrevista con este medio. Sin dominar el idioma y frente a un sistema judicial mexicano que no concebía la presunción de inocencia, la mujer asimiló el duro golpe y comenzó inmediatamente a involucrarse en las actividades del penal por mera «supervivencia emocional», relata.
La mujer, que roza los 50 años, se declaró inocente, pero lo más que logró en el proceso judicial que enfrentó fue bajar la pena a 10 años de prisión, la condena mínima para el delito de portación.
Las mujeres en la «guerra»
En los años que siguieron al inicio de la guerra contra el narcotráfico, se dispararon los homicidios en México y cambió una tendencia en la violencia contra las mujeres: pasaron de ser principalmente asesinadas en el espacio privado a se víctimas fatales en las calles.
Con una estrategia punitiva, que privilegió la persecución penal por encima de atender el problema de las drogas como un tema de salud pública, las mujeres también se convirtieron en el grupo penitenciario con la tasa más alta de crecimiento en México, un fenómeno que continúa hasta el día de hoy.
«Los delitos de drogas son una de las principales causas por las que las mujeres ingresan en nuestro sistema penitenciario», dice Ana Pecova, directora de la organización Equis: Justicia para las Mujeres, desde sus oficinas en Ciudad de México.
Las cifras documentadas por la organización dan cuenta de ello. Entre 2014 y 2016, el número de mujeres que ingresaron a prisión por el delito de narcomenudeo se incrementó en 103,3 %, al pasar de 940 a 1.911.
A nivel federal, los delitos contra la salud (posesión, tráfico, producción y suministro de estupefacientes) representaron 43 % de los casos de las mujeres que ingresaron a prisión, convirtiéndose en la primera causa de la privación de libertad.
El caso de Natacha, quien cumplió su condena y ahora está en libertad, ilustra lo que ha documentado también la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA, por sus siglas en inglés) en un informe publicado hace unos días: las tasas de encarcelamiento por delitos relacionados con drogas en países de América presentan los índices más altos a nivel mundial.
«La agresiva exportación de políticas sobre drogas de los EE.UU. ha llevado a la adopción de legislación excesivamente punitiva y desproporcionada en toda la región, con un impacto devastador sobre el funcionamiento de los sistemas nacionales de justicia penal y penitenciario», refiere la organización.
Desde las oficinas de Equis en Ciudad de México, Natacha cuenta que conoció en prisión a mujeres que no habían sido condenadas después de 10 años de haber ingresado al penal, pese a que el plazo máximo son 2 años.
Según WOLA, en México 1.342 mujeres están en prisión por delitos de drogas sin haber recibido una sentencia condenatoria.
Más de 12 años de guerra contra las drogas que han dejado más mujeres en prisión, con «graves impactos sobre las comunidades y ningún impacto sobre las redes delictivas«, explica Pecova, quien detalla que el sistema de seguridad y justicia de México persigue a usuarias de drogas y las mujeres que representan el eslabón más bajo de las redes delictivas, muchas veces enredadas en delitos no violentos, pero que son sentenciadas a más de 10 años de prisión, como Natacha.
Dar vuelta a la página
Natacha logró hacer un lado el enojo, la rabia y la frustración de estar encerrada injustamente y se volvió una de las mujeres más activas en el penal femenil de Santa Martha Acatitla, en la alcaldía Iztapalapa de Ciudad de México. Poco a poco mejoró su español, dio clases de francés, de yoga, hizo teatro y encontró el amor.
En el centro penitenciario conoció a su pareja cuando un grupo ensayaba una obra de teatro. Durante 3 años fueron amigas, pero comenzaron a andar y a los 4 años se casaron, en prisión.
El día más feliz
«Ese día es una alegría total, hay registro civil, jueces, grupo de música, invitados de afuera y de adentro, te dan de comer, buen recuerdo», cuenta Natacha con unos pequeños ojos que brillan de felicidad y una sonrisa tímida, pero sincera.
La boda fue uno de los momentos más felices que tuvo, pero también una muestra clara de lo que viven las mujeres privadas de su libertad: las contradicciones permanentes.
«La gente me dice ‘¿a poco dentro se ríen?’, Sí, me río, es natural. Y hacemos baile, hay cumpleaños, lo mismo que afuera, las emociones y sentimientos se comparten del mismo modo, entonces llevamos todo esto de manera intensa, pero hay que trabajar mucho en el desapego, en la sabiduría, para no perder la razón», dice Natacha desde las oficinas de Equis.
«Después de ciertos años en prisión ya no puedes echar la culpa a Dios, a tu verdugo, a la sociedad, de tu malestar en ese momento», cuenta Natacha, asegurando que si hubiera la misma solidaridad afuera que la que había adentro de la prisión, el mundo sería otro.
Las dificultades
Con 10 años de su vida encerrada por un delito que asegura no haber cometido, Natacha cuenta que salir de prisión fue un golpe más fuerte que ingresar. No solo porque le costó 4 meses dejar de tropezarse en la calle, un espacio desconocido que le resultaba impenetrable, sino porque también enfrentó la carga del antecedente penal y batalló con conseguir un trabajo.
Tras anhelar salir durante 10 años, Natacha dejó una parte de suya dentro de prisión. No volvió a Francia porque espera que su esposa recupere la libertad para ir a una cabaña al mar, hacer algunos proyectos de teatro, terminar una novela pendiente y realizar un cortometraje sobre las sensaciones de dejar la vida detrás de los barrotes y recuperar la libertad.