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En la película Fantasía de Walt Disney, el aprendiz Mickey Mouse tímidamente devuelve el sombrero de hechicero después de no haber podido evitar que un grupo de escobas mágicas provocara una inundación. Mark Zuckerberg hizo su propia versión de tal reverencia ante el Congreso estadounidense el martes pidiendo disculpas por los estragos que ha desencadenado a través de Facebook.
En el pasado, Zuckerberg daba la impresión de estar absolutamente a cargo de su compañía, incluyendo hasta del control de las acciones con derecho a voto. Incluso cuando algo salía mal y él tenía que dar marcha atrás, parecía más bien un mero ajuste a su plan maestro. Últimamente, él ha parecido ser más un aprendiz que un hechicero.
“Las redes sociales pueden tener propiedades que no están controladas, y que ni siquiera son percibidas, por las personas dentro de ellas”, observaron Nicholas Christakis y James Fowler en su libro “Conectados”. O por los que están a cargo. Lo preocupante no es que Zuckerberg haya minimizado los esfuerzos de Rusia por afectar las elecciones presidenciales de EU, sino que no los haya entendido.
Con más esfuerzo y más honestidad, Facebook puede corregir la permisividad con la que ha manejado los datos personales. El escándalo de Cambridge Analytica demostró que era muy flexible en permitirles a las personas y a las organizaciones que se conectaran a su “gráfica social” y que extrajeran datos sobre millones de usuarios. Facebook ya ha ajustado sus controles sobre los datos y debe ajustarlos más.
Sin embargo, otros aspectos no se pueden arreglar porque ya están más allá del control de Zuckerberg, perdidos en los innumerables encuentros entre los 2 mil millones de usuarios de Facebook. El término técnico es ‘surgimiento’, el poderoso e impredecible resultado de millones de usuarios que interactúan libremente con otros. Cualquier cosa -desde videos de chistes hasta noticias falsas- puede propagarse como un virus, cambiando la forma en que las personas se sienten y actúan.
Zuckerberg se ha desanimado al presenciar cómo su creación ocasiona el caos. Los budistas antirohinyá en Myanmar y las fábricas de noticias falsas rusas explotaron a Facebook. Ninguna autoridad superior tiene la solución. La Unión Europea (UE) y EU pueden imponer reglas más estrictas a las redes sociales, pero los políticos y los reguladores no tienen una visión más profunda del funcionamiento de Facebook que su fundador.
Facebook cada vez con más frecuencia habla de tratar de limitar la cantidad de consumo pasivo por parte de los usuarios, desde leer noticias (falsas o no) hasta mirar videos. En su lugar, Facebook quiere estimularlos para que vuelvan al tipo de interacciones con las que comenzó la plataforma: “para mantenerse conectados con las personas que aman, para expresar sus opiniones y para construir comunidades y negocios”, ha dicho Zuckerberg.
Es probable que eso sea prudente, pero no llega al meollo del asunto: Facebook creció mezclando intencionalmente lo que Mark Granovetter, el sociólogo estadounidense, llamó “fuertes lazos” con los débiles. Los primeros están representados por las relaciones cercanas entre familias, amigos y colegas; los segundos son vínculos con conocidos distantes y personas de otras comunidades.
El tamaño de Facebook la hace más débilmente vinculada que las redes sociales que se enfocan en comunidades más pequeñas. Un análisis de 957 mil usuarios de Facebook y de 59 millones de conexiones (reunidas antes de que se limitara el “data scraping”, o raspado de datos) descubrió que “la mayoría de las conexiones son débiles, con pocos contactos y con interacciones infrecuentes”. Eso la convirtió en “una forma poderosa de transferir información a través de enormes distancias sociales y a amplios segmentos”.
El mago pudo arreglar el desastre de Mickey, pero Zuckerberg aún no ha entregado su sombrero de hechicero.