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Por qué la masculinidad es una estrategia del narco para reclutar a jóvenes mexicanos

Elena Azaola, Doctora en Antropología, explicó para Infobae México el papel que la masculinidad juega como estímulo para que hombres adolescentes se sumen al crimen organizado

infobae.com

Si bien el crimen organizado ha sido un factor clave para entender las heridas más profundas en la historia reciente de México, en la última década se ha hecho evidente su impacto tanto en jóvenes menores de 18 años como en las infancias.

Para 2015, según datos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), se calculaba que la cifra de menores de edad captados por grupos criminales en México era de 30 mil. Para 2018, la estadística tuvo una abrupta escalada, pues llegó a 460 mil.

Ante tal escenario, una tríada de investigadores de distintos países se dio a la tarea de contactar a exintegrantes de grupos del narcotráfico, así como a miembros actuales, para conocer sus experiencias respecto a las razones que los motivaron a sumarse a estas organizaciones.

Piotr Chomczyński (de la Universidad de Lodz, en Polonia), Roger Guy (de la Universidad Estatal de Nueva York en Oswego, Estados Unidos) y Elena Azaola Garrido (del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, en México) publicaron los resultados de su estudio en un artículo de la revista International Sociology.

En entrevista con Infobae México, Elena Azaola explicó uno de los aspectos más relevantes de la investigación conjunta, pues reveló el importante papel que juega la masculinidad en el proceso de reclutamiento de jóvenes por parte del crimen organizado.

En 2019 se viralizó el video de un niño que, a bordo de un automóvil y con un rifle de asalto en las manos, amenazaba de muerte a Nemesio Oseguera Cervantes, alias «El Mencho», y se asumió como allegado al «R5», exlíder del grupo de sicarios de Gente Nueva. (Especial)

Reconocimiento a costa de la violencia

Sin dejar de lado la influencia que pueden tener las carencias económicas en la decisión de algunos adolescentes de integrarse a las filas de un grupo delincuencial, Azaola comentó que la masculinidad proyectada por los integrantes de estas organizaciones es un factor de gran relevancia.

“Culturalmente se vincula a esa masculinidad con un conjunto de rasgos como suelen ser el abuso de la violencia, el abuso del poder y la capacidad de mostrarse superiores”. En este sentido, la Doctora en Antropología indicó que los narcotraficantes mexicanos ostentan insignias como la posesión de autos, drogas, armas y recursos a los cuales “los chicos no tienen acceso por medios legales”.

Este reconocimiento, además, no sólo tiene un impacto hacia el entorno social más cercano de los muchachos, sino que también puede facilitarles la ocupación de “cargos” cada vez más importantes en los grupos criminales.

La pertenencia a un grupo criminal le produce a muchos jóvenes un particular sentimiento de superioridad. (Cuartoscuro)

Testimonios de un “reclutador” del Cártel de Sinaloa detallaron que los encargados de enrolar a nuevos integrantes se encargan de observar a los chicos que se dedican al robo y son “buenos en ello”. “Observamos cómo hablan, cómo se ven y cómo actúan. Si tienen algo que necesitemos, les hacemos una oferta”. El único requisito para entrar es una prueba de lo que cada muchacho es capaz de ofrecerle al cártel.

Con el paso del tiempo, estos chicos incrementan su poder e influencia y se les otorgan tareas cada vez más peligrosas y lucrativas, desde el secuestro y la extorsión hasta el robo de camiones. “En este punto, empiezan a ser vistos por organizaciones más grandes”, comentó un informante citado en el artículo.

Atendiendo a algunos reportes y documentos divulgativos de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), la masculinidad que se exhibe y promueve en estos entornos se apega a lo que se conoce como masculinidad hegemónica (aquella en la que prevalecen ideas como la independencia y la solvencia económica para jugar el rol de proveedor).

Aquí la violencia es un aspecto sustancial, pues al ejercerla hacia otros hombres se justifica “un estatus o nivel de poder”.

Al respecto, Azaola añadió en la entrevista con este medio que los miembros del crimen organizado “van probando hasta que esos muchachos van ascendiendo y ocupando niveles más altos en la escala”. Eventualmente, hay quienes “muestran que son insensibles a cometer hechos de violencia y están dispuestos a lo que sea con tal de ser reconocidos”.

Es común encontrar en redes sociales imágenes de menores de edad posando con armas largas y aludiendo a diferentes grupos delincuenciales. (Especial)

Es precisamente en esta fase de “reclutamiento” que la masculinidad y los atributos que presumen los integrantes más consolidados de los cárteles adquieren una gran relevancia, pues se presenta como un escenario que contrasta totalmente con la realidad de los jóvenes en alguna situación de pobreza.

“Ellos a veces han completado con esfuerzo algunos estudios, pero estando en situaciones de marginalidad creen que no van a poder alcanzar ese reconocimiento por mas que se esfuercen. En cambio, ese reconocimiento que pueden alcanzar ingresando a los grupos armados sí que les atrae y sí que puede ser una respuesta a decir ‘bueno, si para ustedes yo soy nadie, nadie me mira, nadie me toma en cuenta, yo no puedo acceder a tantas cosas, pues ahora sí van a saber de mí y me van a oír’”.

Lo anterior explicaría también la cada vez mayor circulación de imágenes en plataformas digitales de sicarios jóvenes presumiendo su armamento y equipo táctico sin reparo alguno. “Esta idea de estar en los medios y en otros casos de ser tendencia en sus redes, pues son importantes también para ellos”, explicó Azaola.

Aunado a este estatus de reconocimiento, los grupos del crimen organizado y los individuos que los componen ofrecen la vida de un narcotraficante como una solución a los problemas cotidianos de estos jóvenes “mediante la sincronización de sus aspiraciones con una oportunidad tangible de conseguirlas”.

Las actividades delictivas de los grupos del narco son consideradas en diversos contextos como algo normal y hasta digno de presumir. (Twitter/@calvariae_locus)

Conviene mencionar que, si bien el ingreso a un grupo delictivo puede contemplar un cambio radical en la vida de los muchachos, en la mayoría de las ocasiones existe un contexto previo en el que las actividades ilícitas son percibidas como normales e incluso aceptables.

“Entre otros factores que influyen también está el hecho de que a veces han tenido amigos, familiares, vecinos que ya han formado parte [de estos grupos] y que los invitan o ellos han crecido en un ambiente donde eso también existe y es normalizado”, señaló la investigadora en el diálogo con este medio.

La confluencia de un entorno de marginalidad y la proyección de una cierta masculinidad, entonces, orillan a menores de edad a la búsqueda de “una vida fácil” a partir de un “narco discurso” que promueve la idea de que las personas en situación de pobreza tienen poco futuro.

Al no haber “nada que perder”, los niños y adolescentes encuentran en el crimen organizado una alternativa más que viable para conseguir la “buena vida”, el reconocimiento y la movilidad social que, por múltiples razones sistemáticas, no pueden obtener mediante las vías legales.

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