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«No haber nacido nunca puede ser el mayor de los favores». Lo decía el poeta y dramaturgo griego Sófocles, hace casi dos milenios y medio. Aunque la suya, ciertamente, no es una opinión muy extendida, este cuestionamiento de la propia existencia siempre ha estado presente en el pensamiento humano, fluyendo como una lúgubre corriente subterránea, minoritaria pero constante, hasta llegar a nuestros días.
Uno de sus máximos impulsores, ya en la Edad Moderna, fue el filósofo alemán Arthur Schopenhauer, un pesimista empedernido y muy influyente, que desarrolló su obra a lo largo del siglo XIX, con pensamientos como este: «Si los niños fueran traídos al mundo por un acto sólo de pura razón, ¿seguiría la raza humana existiendo? ¿No preferiría un hombre tener la suficiente simpatía con las generaciones futuras como para librarle de la carga de la existencia, o hasta cierto punto no tomar él la decisión de imponer tal carga sobre ellas a sangre fría?». Un siglo más tarde, otro estandarte del pesimismo europeo, el filósofo y ecritor E.M. Cioran, más aficionado al aforismo breve, tomaba el relevo: «La única, la verdadera mala suerte: nacer».
Hoy en día, en el mundo caótico y superpoblado que habitamos, ese antiguo sentir pesimista de la vida, una nueva mirada laica sobre la sensibilidad y el sufrimiento humano y la urgencia del problema demográfico han cristalizado en una postura filosófica compleja pero firme, que propugna, sencillamente, no traer más seres humanos a este mundo: hablamos del antinatalismo.
¿Es egoista procrear?
El antinatalismo es posiblemente una de las propuestas éticas más exigentes y de más difícil encaje de todas cuantas haya generado el pensamiento humano. Es una postura que, al fin y al cabo, consiste en trascender intelectualmente nuestro instinto primario de reproducción para valorar desde esa perspectiva racional la conveniencia de procrear…y acabar decidiendo que no tenemos derecho a imponer a otro ser la obligación de vivir, la carga de una existencia en la que existen riesgos de un sufrimiento muy intenso. Porque para los antinatalistas, la vida es eso: una imposición.
La calamitosa situación ecológica del mundo actual, superpoblado e inmerso en un proceso de crecimiento demográfico que carece al mismo tiempo de precedentes y de buenas perspectivas de futuro, añade al antinatalismo un matiz pragmático, una posible justificación política, y lo asemeja en ese sentido a las antiguas teorías malthusianas que proponían el control de la natalidad desde los gobiernos como un medio al servicio de la supervivencia de la especie, en un contexto de escasez de recursos. Países como China se han embarcado en proyectos de este tipo.
Pero no se trata sólo de eso: el antinatalismo tiene raíces más profundas…y algo más oscuras: no sólo es que seamos demasiados; es más bien que en esta vida se sufre demasiado. Eso es lo que sostiene el filósofo antinatalista de referencia mundial en la actualidad, David Benatar, que plantea que «cuando consideramos el mal que soportará cualquier niño que sea traído a la existencia, parece egoísta procrear antes que no hacerlo. Uno tiene la oportunidad de librar a un posible ser de los terribles riesgos y dolores que aquellos que existen afrontan. Sin embargo, si uno procede a procrear, está poniendo los intereses de uno mismo primero. Se requiere de más madurez para observar la perspectiva general y desistir de procrear».
«¿Por qué no evitar el sufrimiento?»
«Nos dirigimos a los individuos en edad reproductiva para que tengan en cuenta las amenazas al bienestar de sus posibles hijos y renuncien a traerlos a este mundo». Así comienza el primer punto del «llamamiento» que figura al final del Manifiesto Antinatalista, un documento muy reciente, fechado en este mismo mes de marzo y redactado por Miguel Steiner, un Doctor en Filosofía de la Universidad de Barcelona. Su manifiesto es un texto controvertido, que exige, como mínimo, mucha apertura mental. En el texto Steiner afirma que «traer un bebé al mundo es una imposición elemental y peligrosa», y cuando aborda la cuestión en términos de felicidad, plantea que «ciertamente, la renuncia al hijo puede suponer algún sacrificio, ¿pero a cuántos posibles sacrificios exponemos a nuestros hijos y nietos y toda la cadena de descendientes que podríamos poner en marcha?».
En RT hemos querido conversar con él para que nos explique los fundamentos de una filosofía tan indigesta para el sentir humano en general, y para que nos ayude a disipar la oscuridad que actualmente rodea a este planteamiento tan aparentemente radical. Nos atiende amablemente por teléfono desde Barcelona, así que podemos hacerle algunas preguntas:
RT: ¿Es el antinatalismo una filosofía pesimista?
M.S.: El antinatalismo prioriza el problema del sufrimiento. Simplemente es más importante, aunque no necesariamente más frecuente que las buenas vivencias. No ser infeliz es más importante que ser feliz y además es una condición para la felicidad. Mientras la historia no elimine múltiples problemas y se haga realidad algo parecido a una utopía, lo cual no parece muy probable, es conveniente ir reduciendo el número de víctimas de toda clase de problemas.
RT: ¿No son el sufrimiento y la felicidad en la vida experiencias demasiado subjetivas como para decretar de manera absoluta si compensa o no vivir, y fundar una filosofía entera en ese decreto?
M.S.:El sufrimiento es lo que no nos gusta, y hay grados de intensidad. No decimos que la vida no vale nunca la pena, sino que hay riesgos de sufrimiento muy intenso. Esto es más importante que la posibilidad de ser feliz. Precisamente el riesgo y la falta de garantías, es decir, la incertidumbre, es el principal argumento. Y ahí está la realidad de las estadísticas de la violencia, el hambre, las enfermedades, las necesidades insatisfechas, etcétera, que alimentamos entre todos con nuevas víctimas. Quien cree que se puede relativizar el sufrimiento se equivoca con el concepto y, probablemente, confunde el sufrimiento como tal con situaciones complicadas que se puedan vivir de diferente manera. Pero una sensación es una sensación, y si es desagradable no puede ser agradable. Pensemos en la tortura, que busca el sufrimiento. El ser humano es el único animal con la inteligencia suficiente para torturar. A muchas personas la vida les puede compensar. Otros, niños incluidos, tendrán que morir entre horrores. Repito, es una cuestión de prioridades. De hecho nadie dice que hay la obligación de tener hijos. ¿Entonces por qué no evitar nuevos escenarios de potencial sufrimiento?
RT: ¿Hay misantropía en el antinatalismo?
M.S.:Hay compasión anticipada, sobre todo compasión. Por lo demás al antinatalista no le puede gustar el sufrimiento de nadie, incluso si se trata de una persona mezquina que provoca mucho daño. El castigo sólo se justifica como un mal menor, porque es malo también en tanto imposición de lo que pretende evitar: un daño, es decir, sufrimiento. Hay misántropos que minimizan el sufrimiento en función de la maldad de las personas. El antinatalista sabe que el sufrimiento en sí mismo no se puede relativizar en función de la identidad de la persona afectada. El dolor es el dolor y exactamente tan importante como es su intensidad. Es duro no poder odiar a los malos ni alegrarse de su sufrimiento, pero, si bien no podemos favorecer la impunidad, tampoco creemos en la restauración de un buen orden del mundo mediante el castigo merecido. El sufrimiento no se merece. Simplemente, es inevitable en un mundo conflictivo.
RT: ¿A usted también le resulta «chocante» la idea de la auto-extinción humana, tal como indica en el manifiesto antinatalista? ¿Cree que sería el mejor destino posible para nuestra especie?
M.S.: Hay muchísimo margen. Estamos creciendo de una forma casi inconcebible. Cuando éramos 3.000 millones de personas en el mundo, hace unos 50 años, empezaron algunos a dar la voz de alarma, pues efectivamente esa es una cantidad enorme. Ahora somos más de 7.000 millones y la demografía no tiene ninguna presencia en foros internacionales. Si importa mantener la especie humana o no, puede ser una discusión que podría mantenerse sin merma incluso si fuéramos mil veces menos personas en el mundo. En el hormiguero humano se han masificado toda clase de padecimientos atroces. ¿Qué es una guerra en la periferia del mundo poderoso con un millón de muertes? Casi ni es noticia. El antinatalista busca la reducción del número de víctimas de los grandes problemas. Yo, personalmente, no me atrevo a abogar por la desaparición de la especie.
RT: Si la idea de la muerte nos produce tanto sufrimiento y miedo, ¿no indica eso que la vida nos gusta lo suficiente como para lamentar su final?
M.S.: Creo que el miedo a la muerte tiene origen biológico. También está precedida, normalmente, de duras agonías. En cualquier caso, el que procrea tiene un problema, ya que tiene que justificar la muerte inevitable. El antinatalista no ve necesidad alguna de crear una persona exponiéndola a importantes riesgos y a la muerte, problemática siempre (aunque no necesariamente mala). De hecho es bueno que seamos mortales, pienso. Es un mal menor. Si no, podríamos quedar atrapados en un caso u otro en un auténtico infierno eterno.
¿Y no será que los antinatalistas están deprimidos?
Tras la entrevista, seguimos charlando de manera informal por teléfono con Miguel Steiner, y le comentamos anecdóticamente que, con frecuencia, los planteamientos de algunos antinatalistas suelen interpretarse como un síntoma de problemas depresivos personales. En cierto sentido, cuando escuchamos hablar a algún antinatalista, su discurso se parece al de una persona que sufriera mucho y quisiera imponer su angustiosa percepción de la vida a los demás. «Sí, claro -reconoce Steiner-. En el ámbito personal, a mi también me pasa. La gente me pregunta ‘¿es que tú sufres mucho?’ o ‘¿es que no te gustan los niños?’, pero claro, esto no es un problema de tipo psicológico, ni personal: es una postura ética que prioriza la sensibilidad de las personas y tiene en cuenta el sufrimiento. A la gente le cuesta tenerlo en cuenta porque todos necesitamos pensar que el mundo es muy bonito…y el antinatalismo en ese sentido genera pensamientos un poquito desagradables».
En un interesante artículo, el psicólogo Arturo Torres explica este asunto desde su punto de vista: «Las ideas radicales de algunos antinatalistas pueden hacer que muchas personas se planteen si todo esto forma parte de un trastorno mental. Lo cierto es que no: el antinatalismo es simplemente una ideología poco común, y no aparece a partir de ideas delirantes ni alucinaciones; los antinatalistas acostumbran a ser personas con buena formación y con las facultades mentales preservadas, como cualquier otro colectivo. En ese sentido, pretender atribuir su forma de pensar a la enfermedad mental es más bien un intento de minimizar sus opiniones».
Desde una perspectiva amplia, no cabe duda de que la raza humana afronta un reto importante: cada vez más numerosos sobre un planeta exhausto y gravemente dañado, los seres humanos, seres sensibles, expuestos al dolor y al placer, a la felicidad y a la depresión, contemplamos el futuro como una incógnita amenazante, que exige una buena dosis de optimismo para mantener la confianza en que nuestros hijos tendrán una buena vida aquí. El antinatalismo renuncia a esa dósis de optimismo gratuito y exige una toma de consciencia madura, sobria y acompañada de una pregunta incómoda: ¿Seguro que es una buena idea procrear aquí y ahora? Los antinatalistas, como han visto, proponen su respuesta. Mientras, cada ser humano debe decidir la suya.