En medio del destape de la tragedia en Teuchitlán, en redes sociales internautas han “revivido” una entrevista que el famoso youtuber realizó en mayo de 2022
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El reciente hallazgo del crematorio clandestino y centro de adiestramiento que albergaba el Rancho Izaguirre en Teuchitlán, Jalisco, ha revivido un crudo testimonio de hace tres años. En mayo de 2022, el youtuber GAFE423 entrevistó a un exsicario apodado “Psiquis”, quien relató las experiencias que vivió dentro de una “escuelita del terror”.
El caso de Teuchitlán y el relato que hizo entonces “Psiquis” coinciden en la descripción de un sistema brutal de reclutamiento, adiestramiento y violencia que destruye a quienes entran en contacto con él.
El testimonio relata cómo él ingresó por su propio interés a las filas de un grupo criminal, primero como puntero en la colonia donde vivía. Tras meter a su primo y a un amigo a las filas, comenzó a liderar a un grupo de halcones; luego de un tiempo su jefe le preguntó si quería ir a un campamento localizado en una zona montañosa, alejada de cualquier centro urbano o mirada externa, para prepararse “formalmente” como un sicario, a lo que “Psiquis” aceptó.
A su llegada, recibió instrucciones claras: lo que había hecho antes ya no importaba, debía “empezar de cero”. Cada nuevo integrante era tratado de esta manera, sin importar su rol previo en la organización.
El campamento en el que fue ingresado era uno de varios, y durante su estadía inicial se sorprendió al descubrir la cantidad de personas concentradas en estos lugares: primero llegó con un grupo de 50, pero al final se dio cuenta de que había entre 500 y 600 hombres armados reunidos en el sitio, distribuidos en diferentes zonas. En tanto a los instructores, muchos eran exmilitares o policías desertores, y ellos enseñaban lo que habían aprendido en las fuerzas de seguridad del Estado.
Cuerpos y sangre
“Psiquis” cuenta en el podcast de casi dos horas las intensas jornadas de entrenamiento, que incluían posiciones tácticas, maniobras de combate, manejo de armamento, planeación de emboscadas y ataques organizados. Todo esto se complementaba con pruebas extremas diseñadas para endurecer no solo el cuerpo, sino también la mente.
Los participantes eran capacitados en el uso de armas de diversos calibres (rifles de asalto, granadas, armas automáticas, entre otras) y aprendían técnicas de combate, posiciones de tiro y cómo repeler agresiones. También les enseñaban a manejar vehículos y a desplazarse estratégicamente en diferentes entornos; así como irrupciones en viviendas (“reventar casas”).
Las dinámicas también incluían simulacros de emboscadas, donde los reclutas eran expuestos a situaciones de estrés extremo. Los sicarios en formación eran obligados a cumplir órdenes que probaban su lealtad, su capacidad de resistencia ante el dolor y el miedo, y su disposición para realizar actos extremadamente violentos. Esto incluía, en muchos casos, torturas y asesinatos de personas (a veces víctimas ajenas al conflicto) como forma de entrenamiento. Las órdenes eran claras: someterse completamente a las reglas impuestas.
Un episodio particularmente perturbador del entrenamiento incluía el uso de cadáveres en estado de descomposición. “Nos obligaban a convivir con los cuerpos. A veces, los dejaban ahí hasta que te acostumbraras al olor y a la presencia. Decían que era para que no tuvieras asco cuando enfrentaras situaciones reales”, relató.

En su caso, dijo, tuvo que vivir con los cadáveres de varias personas al menos seis días, pero eso no fue lo peor, a su consideración, pues otra práctica “habitual” que le esperaba era la toma deliberada de sangre humana, como parte de rituales destinados a que los participantes “superaran el asco” y normalizaran la violencia.
“Nos obligaron a beber sangre como parte de la preparación. Decían que era para quitarnos el miedo”, confesó. El joven aseguró que en los entrenamientos no les daban agua natural, por lo que al terminar sus ejercicios llegaban muy sedientos y lo único a lo que tenían acceso era a sangre de las víctimas.
El progreso o “ascenso” en la estructura dependía de la lealtad total al grupo, de cumplir órdenes al pie de la letra –sin cuestionar ni dudar– y de una disposición para actuar con extrema violencia. Sin embargo, esto tenía un costo alto: las vidas de los aspirantes estaban continuamente en riesgo, tanto desde el exterior –enfrentamientos con autoridades o grupos rivales– como dentro de la propia organización.
Dentro de los campamentos, el principal enemigo era la desconfianza. Algunos participantes eran eliminados por aparentes errores, fallas o por ser vistos como una amenaza potencial dentro de la jerarquía interna. “Si te veían débil o pensaban que podías traicionar, te desaparecían. Todo el mundo sabía que nadie iba a preguntar por ti”, aseguró.
“Psiquis” habló también de cómo muchos de sus compañeros no sobrevivieron al entrenamiento o fueron “dados de baja” por la organización. Al final del ciclo de formación, menos de la mitad de los reclutas iniciales continuaban con vida y de su grupo sólo una docena había logrado seguir.
Los reclutas enfrentaban situaciones destinadas a reforzar una mentalidad de rivalidad y desprecio hacia los “contrarios”. Los instructores, algunos de ellos con experiencia militar o de instituciones de seguridad pública, promovían un sistema de disciplina rígido y absoluto.
Ecos del trauma

Una vez que dejó los campamentos, relató que el adoctrinamiento y las experiencias vividas lo persiguieron. A pesar de haber intentado reintegrarse a una vida común, reconoce que las imágenes, los recuerdos y las culpas lo atormentan, afectando su salud mental y emocional.
“Te hacen perder lo que eras. Te transforman en alguien que ya no siente, que ya no piensa en el daño que hace”, reflexionó. Expresa además que, en su momento, llegó a realizar actos atroces que comenzaron como una cuestión de supervivencia –”o es él o eres tú”–, pero que con el tiempo se transformaron en prácticas que él mismo califica como “diversión” o “costumbre”.
“Psiquis” comenta cómo la muerte de uno de sus amigos durante un enfrentamiento en Zacatecas hizo que cambiara de opinión sobre lo que estaba haciendo con su vida. Señaló que, al llevar el cuerpo de su amigo a su mamá, la señora le dijo si eso era lo que también quería para su madre, palabras que al parecer habrían repercutido en él. El personaje confiesa que se fue a anexar por ocho meses y luego siguió con su vida, en un nuevo empleo completamente legal.
En el cierre del testimonio, “Psiquis” enfatiza las limitaciones de este estilo de vida, donde “nunca se tiene el control total”. A pesar de las promesas de poder, riqueza y prestigio, quienes ingresan a los campamentos suelen terminar encarcelados, muertos, o –en el mejor de los casos– emocionalmente marcados para siempre.
Aseguró que se trata de un sistema como un “infierno del cual pocos logran escapar”, instando a quienes consideran adentrarse en ese entorno a no cometer el mismo error y buscar alternativas legítimas para salir adelante.
Cabe apuntar que al corte del 17 de marzo de 2025, dicho video en el canal de YouTube de GAFE423 suma 4.9 millones de reproducciones y en los últimos días el clip se ha llenado de comentarios que relacionan dicho relato con lo que presuntamente se vivía en el Rancho Izaguirre en Teuchitlán.