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Los poetas lo han sabido siempre, los psicólogos lo estudian desde hace poco, y todos lo hemos notado alguna vez: el clima, efectivamente, influye en nuestro estado de ánimo. De manera intuitiva, naturalmente, asociamos el tiempo soleado a la sonrisa, a los comportamientos jubilosos y expansivos, al ejercicio al aire libre o a la alegría de la vida social. El frío y la lluvia, en cambio, parecen evocar cierta melancolía, un recogimiento solitario, incluso una tristeza persistente. Pero ¿le ocurre esto a todo el mundo? ¿Y a qué se debe realmente?
Hasta ahora, el cuerpo de datos más confiable al respecto es un estudio realizado por investigadores alemanes en 2008, y publicado en la revista ‘Emotion’. Los investigadores realizaron cuestionarios diarios más de 1.200 participantes adultos. Las conclusiones revelaron que los cambios climáticos no producían un impacto notable en las personas que tenían ya un estado de ánimo positivo, pero las bajadas de temperatura, la lluvia o la disminución de la luz del sol sí afectaron a personas con estado de ánimo negativo.
La importancia de la luz del sol
Existe un trastorno, reconocido clínicamente, llamado Trastorno Afectivo Estacional (TAE), caracterizado por la aparición de síntomas depresivos con la llegada del invierno. Este tipo de afección es más frecuente en los lugares donde las noches son más largas, y hay cierto acuerdo entre los expertos acerca de que se trata de una respuesta del cerebro a la disminución de la exposición a la luz natural.
Y es que parece que la luz natural, el brillo del sol, es realmente importante para nuestro estado de ánimo: varios estudios confirman que la luz solar afecta de manera inmediata a los niveles de serotonina en nuestro cerebro, lo cual es bastante determinante, ya que la serotonina es un neurotransmisor importantísimo en términos de felicidad: es la sustancia química responsable de mantener en equilibrio nuestro estado de ánimo, y su reducción está asociada a los estados de depresión.
Hasta aquí llega aproximadamente la mirada científica y contrastada sobre el asunto. Sin embargo, la experiencia de los psicólogos nos permite apuntar algunas otras observaciones interesantes. En este caso son de la psicóloga argentina Carmela Rivadeneira, extraídos de un artículo publicado en ‘Clarin’:
«Los días de lluvia pueden provocar tristeza en algunas personas». Y si son demasiados días seguidos, pueden inducir un estado de ánimo depresivo y difícil de levantar.
«Las altas temperaturas generan cierta euforia». Aunque se sobrellevan mucho mejor si hay cerca una piscina o una playa. Si no, también pueden empeorar el estado de ánimo.
«Los vientos fuertes son muy incómodos». Y esa incomodidad suele provocar mucho malestar y mal humor, desde luego.
«El frío intenso provoca hiperactividad». Pero solo al principio, como un intento de entrar en calor. Si persiste, suele limitar mucho la vida y eso, a la larga, deprime.
Lo importante es la actitud: al mal tiempo, buena cara
Aunque llueva mucho y haga un frío horrible, la fortaleza emocional del ser humano puede ser defendida con éxito. Un café en compañía, una cálida reunión familiar o una película en casa son sólo algunas de las opciones con las que se puede mantener el buen humor incluso a bajas temperaturas.
Una verdadera predisposición a disfrutar de la vida, una buena tolerancia a la frustración y suficiente flexibilidad para adaptarse conforman un paraguas perfecto para mantener nuestro estado de ánimo a salvo del clima…y casi de cualquier contratiempo. En resumen, lo más importante, digan lo que digan el termómetro o el parte meteorológico, es poner, al mal tiempo, buen cara.