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La báscula se ha convertido en una especie indispensable en el ecosistema del cuarto de baño, aunque es un depredador despiadado para algunas personas y un fiel compañero de fatigas para otras. Subirse a la báscula a diario ya es una rutina para muchas que se preocupan por su salud, y muy beneficiosa según un trabajo presentado recientemente en un congreso de la Asociación Americana del Corazón. Según los investigadores que lo han dado a conocer, pesarte seis o siete veces a la semana puede hacerte perder un 1,7% del peso corporal en un año… al menos es lo que consiguieron las 1.042 personas que participaron en el estudio.
El psicoterapeuta Xavier Sanmartín propone una teoría para explicar la conclusión a la que han llegado los científicos de las universidades de Pittsburg y de California en San Francisco. «Pesarse más veces proporciona más información sobre nuestro estado y nos permite recalibrar nuestra conducta. Tomar conciencia del punto en el que estás te permite corregirla y acercarla más a la deseada», sostiene el psicólogo. En otras palabras, quienes tienen más interés en perder peso recurren a esta costumbre con mayor frecuencia, y el compromiso con los objetivos cuenta mucho a la hora de cumplir las metas.
Pero no te embales si las conclusiones del nuevo trabajo ya están haciéndote sopesar las posibilidades de reconciliarte con el artefacto, por mucho que seas un hombre blanco de mediada edad (el 78% de quienes participaron en el estudio eran hombres y el 90%, blancos). Estas cosas requieren ir despacio, y adelgazar precisa hacer las cosas bien. Y más con este trabajo, que, según el nutricionista Néstor Benítez, presenta limitaciones que invitan a la cautela.
Perder peso es saludable… si el lastre que sueltas es graso
Sin desmerecer el nuevo trabajo, Benítez opina que los investigadores aún no han aportado suficiente información para valorarlo como se merece. «El estudio no está publicado y no aparece en revisiones de congresos, por lo que faltan datos para poder analizarlo. No se sabe en qué consiste ese peso corporal (si es grasa, masa muscular o agua), se desconoce qué tipos de restricciones pudieron realizar las personas estudiadas y tampoco hay datos acerca de su nivel socioeducativo ni sobre el estado de salud del que parten (si sufren obesidad, por ejemplo)», subraya.
Además, su experiencia sugiere al experto que la mayoría de las personas que pasan por la báscula cada día lo hacen a ciegas. «Medir el peso es algo que tenemos interiorizado como un hábito, pero solo es un dato más sobre nuestra salud que muchas veces no sabemos interpretar», observa el nutricionista. Y no es por falta de información.
Las nuevas básculas transmiten medidas más específicas y relevantes que el peso, como el porcentaje de grasa corporal, de masa muscular y de agua del organismo. Lo que pasa es que muchas veces uno no sabe darles un significado, que sería lo interesante. «Nos obsesiona el peso cuando su importancia es relativa, y no atendemos a lo que hay detrás. El volumen de un deportista o una persona musculada estará compuesta de masa muscular y poca grasa, que es lo realmente perjudicial: la pérdida de peso tiene que ser a expensas de masa grasa», recalca Benítez.
Cuando la báscula se convierte en un consejero tóxico
La idea de que pesarse cada día es un hábito que forma parte de un estilo de vida saludable es menos inocente de lo que parece. Algunas personas pueden llegar sufrirla como una condena. «Para quienes sufren un trastorno de la conducta alimentaria está evidenciado que resulta desastroso, pues alimenta la exaltación de la percepción corporal que tengan. Es contraproducente porque conduce a la obsesión con una cifra que, además, no es muy informativa», señala Benítez.
El psicólogo Xavier Sanmartín, colaborador con la Asociación Valenciana de Familiares y Pacientes con Trastornos de la Conducta Alimentaria, añade que las personas a las que ayuda la entidad se apoyan más en la abstracción de un número que en las sensaciones corporales. «Dejan de confiar en sus sensaciones como brújula de sus necesidades y empiezan a hacerlo en algo externo como un número. Es como las personas que, en vez de guiarse por el cansancio lo hacen por el número de repeticiones y minutos en una cinta, o por las calorías en vez de por la saciedad», explica el psicoterapeuta.
Para no caer en la obsesión ni en un trastorno alimentario, la clave está en emplear bien la información. «Los dispositivos que cuentan el agua que bebemos, los pasos que damos o las calorías que gastamos, dan un feedback que tiene consecuencias positivas y negativas. Si el dato sirve para recalibrar la conducta nos ayuda a conocernos mejor, pero si el valor externo sustituye la autorregulación, y se dejan de lado las sensaciones para priorizar un valor objetivo externo, entonces es más probable desarrollar la dinámica del trastorno de la conducta alimentaria», advierte Sanmartín.
Báscula quincenal y selfie mensual
A falta de una confirmación de las bondades que sugiere el nuevo trabajo estadounidense, el nutricionista Néstor Benítez subraya que pesarse todos los días es un hábito desaconsejable. En su lugar, el profesional recomienda hacerlo una vez cada quince días. «Se necesita un margen de tiempo para establecer una media. Hay días en los que pesamos más por ir estreñidos o por haber comido más en fechas señaladas, pero no significa que hayamos engordado. El peso no es una cifra exacta, sino una variable que fluctúa en el tiempo», explica el nutricionista.
Hacerse fotos durante un margen de tiempo también permite ver con claridad los cambios físicos, apunta el experto. «Sacarnos una foto cada mes o cada dos meses puede ayudarnos a ver nuestra evolución corporal, pero las personas que sobrepasan el límite de peso, por encima o por abajo, deben tomarlo con precaución», advierte.
Y, cuando hay menores en casa, lo mejor es que la báscula quede fuera de su alcance para prevenir trastornos alimentarios. «Estas patologías cada vez se inician a edades más tempranas, entre otras razones porque si los niños ven que los padres se pesan todos los días van a copiar ese hábito. Si los padres no sabemos interpretar los datos, los niños todavía menos, y la obsesión por el número puede acabar en trastorno, junto con otros factores desencadenantes de estas enfermedades como la obsesión por la imagen corporal», concluye Benítez.